LA TORRE DEL CAMPO (Título provisional, que conste).
En mi pueblo, a la entrada de los caducos campos que hay
yendo hacia el norte permanece aún de pie un peculiar edificio, una torre de
tres pisos delgada que se erige como torreón medieval en medio de la planicie,
en un yermo campo abandonado. No podría decir a qué pertenecía dicha torre; por
los cascos de ruina que hay dispersados alrededor, ocultados casi del todo por
maleza seca, y por una de las fachadas donde hace parecer que quedaba pegada a
otra construcción, me atrevo a decir que la torre formaba parte de una fábrica
que ya no existe...aunque dudo de lo que lo que estoy diciendo, realmente por
mi cabeza pasan toda clase de posibilidades que pudieran suponer que fue antaño
esta singular torre. Desde la carretera hacia el norte y desde las casas y
fábricas cercanas se ve perfectamente destacándose solitario con el valle
repleto de huertas y casillas hacia el fondo. En definitiva –y por si no lo
había supuesto- el lugar yace allí completamente abandonado, sin función, sin
uso y sin cuidado alguno.
Pero eso no ha
parecido ser del todo cierto. En contadas noches, varios vecinos que habitan
cerca del enclave de la torre dicen que durante la madrugada, cuando las calles
del pueblo están vacías y desiertas y la gente duerme cálidamente en sus casas,
llegan desde la oscuridad del campo unos susurros agonizantes y desesperados,
como si alguien te estuviese hablando mientras sus heridas se abren a cuerpo
abierto; llegan éstas voces como el viento que sopla y, curiosamente, la gente
que mejor la oye son aquellas que andan caminando por las calles limítrofes que
se encuentran al sur de donde está la torre –normalmente el frente de viento
proviene del noroeste-. Cualquiera podría pensar a que se debe efectivamente
porque hay alguien en el oscuro campo que está gritando por el motivo que sea y
que su voz llega hasta la calle con la esperanza de ser ayudado pero lo raro es
que los gritos son siempre los mismos y van en el mismo orden. Nuevamente,
muchos podrían pensar que se pueda deber a alguna grabación nítida creada por
alguien con a saber qué intenciones. En cualquier caso, muchos se pararían a
decir que no hay motivo para asustarse y que si alguien se pone a pegar
alaridos en medio de la negra penumbra será por algún problema, motivo
suficiente para ir al auxilio supongo...
En todo ello, mi
primo, un amigo suyo y yo, movidos por una mezcla de curiosidad y necesidad de
novedad, nos introdujimos una noche de verano en la susodicha torre y ver qué
había ahí dentro. Llevávamos tres linternas para guiarnos por la negra tierra
del campo, vagamente iluminada por las luces naranjas artificiales que nos
rodeaban de oeste a sur. Naturalmente íbamos con la previsión de que no nos
íbamos a encontrar nada paranormal y nuestra intención era meramente
exploratoria, una especie de senderismo pero en vez de pasar por bosques
pasábamos por ruinas. Salimos a las once de la noche de mi casa para abandonar
las seguras calles iluminadas y penetrar por los ominosos y estrechos caminos
de tierra que ofrece el valle del Ebro. No oíamos ninguna voz ni nada que
dijese que allí hubiese alguien, tan solo los grillos y algún que otro insecto
rompían el tranquilo silencio del paraje, era todo calma y paz. Yo al menos,
más que tener miedo a algo fuera de lo común temía encontrarme con algo que
tristemente es común como algún perro guardián suelto –me caló hondo entre
otras malas experiencias con dichos animales cuando un pobre pony paseando por
las zonas de la ladera fue atacado por dos perros rabiosos y acabaron
arrancándole un glúteo y parte de los intestinos al pobre animal-. O también imaginaba
toparnos con un zulo de drogas o el escondite de algún tráfico ilegal,
imaginaba descubrir todo eso y con la mala suerte de ser descubiertos por los
encargados de llevar a cabo ese negocio ¡a saber qué suerte nos iba a deparar
estando en inquisidoras manos de personas dedicadas en secreto a los negocios
sucios!
Yo conocía el
camino hasta la torre y de hecho era un recorrido muy corto. El ruido del agua
corriendo por una acequia subterránea nos indicó que habíamos llegado al punto
de divergencia de caminos, ahora había que separarse del camino de los huertos
y adentrarse por las zonas secas libres de maleza hasta llegar a la entrada de
la misteriosa torre. Por donde ahora pasábamos podían verse asomando entre la
hierba amarillenta sofás roídos, cojines deshechos y pilas de escombros;
tropezábamos además con latas de refresco descoloridas por el tiempo y cachos
de cartulina. Y a unos doscientos metros teníamos la torre, que hacía de
eclipse a la iluminación que daba toda una enorme pared de decenas de metros de
alto y centenas de metros de largo de ventanales cuadrados pertenecientes a
otro edificio abandonado que se encontraba a al menos medio kilómetro de
nuestras posiciones. El lugar es bastante desolador, parece que ha sido
abandonado tanto de la mano del hombre como de la naturaleza. Debido a la
cercanía con algunas casas de campo posiblemente habitadas y con la fácil
visibilidad que hay hacia aquí desde una colina edificada, durante más de un
momento tuve que pedir a mis dos compañeros que guardasen silencio para que
nadie nos viese, pues no sería muy agradable llamar la atención, sobre todo
para mí siendo habitante del pueblo.
Llegamos a la
puerta de la torre tras pasar por gruesas tablas de madera que quedaban
colocadas en la puerta como un felpudo, pero más grande y combado. La puerta,
una puerta verde con las bisagras completamente oxidadas, estaba abierta. Antes
de entrar pedí otra vez silencio. Por la situación de la torre, los supuestos
gritos de humanidad debían venir de ahí mismo. Debido a que la torre está
separada en tres pisos, a continuación dividiré la exploración en cada una de
las plantas, cada planta en sí era una pequeña habitación cuadrada que de
seguro no medía más de quince metros cuadrados, con un par de entradas para subir
y bajar y tres ventanas.
Nada más entrar
nos encontramos que el suelo estaba completamente lleno de rejillas y maderas
para aves de corral, todas ellas desordenadas y creando un montículo caótico de
hierrecillos retorcidos; por todas partes también había dispersado el pienso
podrido y manchado. Hacíamos inevitablemente ruído al pisar las rejillas
retorcidas y el intenso olor del interior invitaba a salir de allí cuanto
antes, la entrada no era para nada alentadora. Salvo un pajarillo que habitaba
en su nido construido allí dentro, nadie parecía haber ahí dentro y si a caso
lo más extraño fue encontrarse con una pera mordida, la pera además no estaba
podrida por ninguna parte, suponiendo así que en ésta torre haber sí que había
habido gente hace poco. Nos decidimos subir por las estrechas escaleras hacia
la primera planta, de uno en uno, pues no cabían dos personas juntas en cada
escalón.
La primera planta
tenía más rejillas oxidadas y maderas atadas, el pienso para pollos era aún
mayor y hasta se arrinconaba en un montoncito a una de las esquinas. En ésta
habitación había un antiguo horno de cocina con la parte superior tapada
completamente con arcilla. El olor fuerte a gallinero se hacía insoportable en
ésta habitación haciéndome sentir hasta mareado por lo nauseabundo que era.
Cuando estábamos pisando los escalones para subir a la segunda planta fue
cuando mi primo oyó que la puerta de abajo se había cerrado, le di la razón en
seguida, pues yo también había oído un ruido proveniente de abajo; al principio
no sabía que sería sospechando de que podía ser la puerta pero se me hacía
raro, pues en el estado que se encontraba aquella puerta si se movía debía
hacer bastante ruido y no uno suave y delicado como el que acabábamos de oir.
Nos quedamos en silencio, lo único que podíamos escuchar ahora eran los grillos
cantando en la calurosa noche. Decidimos seguir hacia delante y nos pusimos a
subir; no sé ellos, pero yo al menos tenía el corazón latiendo fuertemente por
la tensión que el supuesto cierre de la puerta había provocado, extraño era
además cuando encima no soplaba nada de viento y aún así hubiera sido muy
difícil que se cerrase una puerta oxidada y que al abrirse se metía hacia
adentro, hacia una sala minúscula y sin ventana alguna para crear corriente.
Unos minutos después de permanecer ahí, yo con nauseas que parecían que iban a
dar un mal desenlace, decidimos subir a la segunda planta con nuestras
linternas apuntando al final de las escaleras y mirando con precaución en las
esquinas, como si al otro lado se nos fuese a aparecer un asesino expectante a
nuestra llegada.
La segunda planta
estaba más limpia, si es que se pudiese decir eso; el polvo envolvía casi toda
la pared blanca, aquí había un lavabo pero éste lavabo estaba completamente
tapiado en el hueco por la arcilla, similar a cómo estaba el hornillo de la
primera planta. Pero la arcilla no se quedaba allí, en una de las paredes
habían unas siete huellas de mano marcadas con arcilla, tanto mi primo y yo
comparamos las manos de ahí con las nuestras y pudimos comprobar que éstas
huellas eran de niños. Con arcilla también nos topamos con un curioso
“graffiti” escrito en la pared pegada a las escaleras de subida, la escritura
de arcilla decía “sangre en vez de barro”, ninguno de los tres le dimos mucha
atención, nuestros pensamientos relacionaban esto con el acto de algún
gracioso, posiblemente alguno de los niños que habían hecho las huellas de sus
manos. Al menos el suelo no estaba sucio, hasta había un montoncito de algo que
parecía ser abono endurecido y que daba la impresión de que lo habían barrido y
depositado en una parte de la habitación de manera cuidadosa dejándolo además
bien aplanado. Nada más, subimos a la tercera planta con nuestras linternas con
el mismo carácter miedoso que con el que habíamos subido a la segunda planta,
miedo que luego mostraría ser más justificado de lo que podíamos pensar.
La tercera planta
era la planta más vacía de todas, no tenía objeto alguno salvo un par de
tuberías que cruzaban la planta y un montón de abono aplanado. En las paredes
habían varios graffitis también, esto nos dio más pruebas para reforzarnos en
nuestro pensamiento de que las manitas y sobre todo el escrito en arcilla eran
una mera chiquillada, de que ésta torre había sido visitada en más de una
ocasión por meros jóvenes de mala calaña. Me puse a leer los graffitis: uno
tenía escrito el nombre de Carlos, debajo de él estaba el símbolo de
multiplicar y luego una interrogación; a la derecha de éste graffiti había otro
con la misma estructura pero con el nombre de David en vez de el de Carlos,
ambos permanecían rodeados por un enorme corazón con el mismo verde chillón con
el que estaban pintadas todas esas letras y signos. Otros dos graffitis hechos
éstos con pintura de esmalte hacían alabanzas al franquismo pero el individuo
que debió pintarlas debía tener tan poca lucidez mental que con simples cuatro
palabras que escribió ya era suficiente como para no poder seguir fluidamente
la frase que formaba a primera vista (y suerte de que era una frase tópica del
franquismo y al poco de percibir lo que leías completabas lo que decía). En
otra pared del piso, cerca de las tuberías, habían unas escalerillas verticales
que llevaban por un estrecho tubo hasta arriba del todo, donde debía haber una
especie de palomar. Exploramos un poco la zona y apuntamos con nuestras
linternas hacia donde estaba el supuesto palomar, las escaleras daban impresión
de ceder en cualquier momento y de hecho solo se sostenían por dos puntos desde
arriba, pudiendo caerse fácilmente con el peso de una persona, bien lo comprobé
yo primero y luego el amigo de mi primo al intentar escalar por allí, el tubo
era además tan estrecho que de subir mi primo tendría que quedarse abajo ya que
no cabía. De todas formas, cuando nos pusimos a comprobar el estado de las
escalerillas estando medio metidos en el tubo, cada uno de nosotros pudo
comprobar el nauseabundo olor que venía de arriba, un olor que parecía ser una
mezcla de corral de pollo y algo más fuerte y repugnante aún, como a carne podrida.
Nuestro olfato nos ayudó a dejar de lado el decidir subir a ver qué era
realmente ese cuarto oscuro y apartado que había en lo más alto de la solitaria
torre.
La exploración
estaba acabada entonces, me acerqué a la ventana que daba hacia la planicie de
huertos a mirar la bonita y menguante luna naranja que estaba siendo tapada por
unas espesas nubes que traían consigo rayos amarillentos y una consiguiente
tormenta. Nos pusimos a hablar, era todavía muy pronto –solo eran las doce y
media, muy pronto siendo un sábado por la noche- y discutíamos sobre qué hacer
una vez terminada la visita; iluminó entonces el cielo el fuerte destello de
otro relámpago, tan fuerte era que iluminó la habitación sin necesidad de las
linternas que portábamos. Volvimos a hablar, pero ésta vez de la tormenta que
se iba a avecinar inevitablemente, durante la charla les invité a mi primo y su
amigo a mirar la ventana que había estado mirando antes y esperar allí a que
algún que otro rayo cruzase el cielo pues la tormenta prometía ser viva y
violenta. Mi primo y yo nos quedamos mirando mientras que su amigo permanecía
cerca de él hablándole. Comenzamos a parlotear allí de lo oscuro que se veía la
tierra desde aquí arriba frente al cielo, iluminado por una luminosa luna
menguante a medio tapar y algunas que otras estrellas al noreste. En un momento
de la charla encendí mi linterna y la proyecté hacia el suelo, fue entonces
cuando tanto mi primo como yo nos llevamos una extrañeza que nos encogería el
corazón de miedo: en cuanto moví la linterna por la maleza y unos pedazos de
sofá me pareció ver “algo” que movía un cabello largo, era negruzco y sucio con
una pierna y un brazo grises moviéndose medio ocultado entre la espesa hierba,
juraría además que brilló a la luz un ojo de ese ser. Al principio quedé
extrañado, creyendo que se trataba de un espejismo de mi mente, pero a la
milésima que mi primo me preguntó que qué había sido eso que se había movido
entre la hierba me quedé asustado sin posibilidad de tranquilizarme, pues no
había sido una imaginación mía. Pero he aquí lo más raro de todo, si yo había
visto algo de color grisáceo parduzco parecido a una bola con extremidades que
en un abrir y cerrar de ojos desapareció de la zona iluminada por mi linterna,
mi primo lo que decía haber visto era un ser fino, mejor dicho, un par de
líneas lisas y finas moviéndose en la misma armonía que lo harían dos piernas
pero unidas en punta y arriba…nada más, solo dos líneas sinuosas, grises,
meneándose y abriéndose paso entre la maleza seca. Rápidamente volví el foco
hacia atrás dejando proyectar el interior de la habitación. El amigo de mi
primo, extrañado por nuestra repentina impresión, encendió la suya y la apuntó
para ver si veía algo en el campo (él no había visto nada ya que ni siquiera
estaba mirando), proyectó de izquierda a derecha con su potente y fina linterna
pero no vimos nada raro ahora. Nos retiramos a la habitación y nos pusimos a
discutir sobre qué podía haber sido eso, con el miedo latente a salir afuera de
mi primo y mío. Debido a la discusión que tuvimos mi primo y yo sobre lo que
habíamos visto y lo dispares que eran nuestras descripciones el amigo de mi
familiar en seguida nos tomó por mentirosos, en especial hacia mí, dado a que
no soy bueno en explicarme ni en ganar confianza hacia los demás de mis
versiones.
Al poco rato al
ruido de los lejanos truenos y de los grillos se unió un ruido proveniente del
palomar. Era un ruido constante, que sonaba cada cinco segundos. Yo en
principio comencé a pensar que debía de ser alguna gotera de allá arriba pero
no era muy lógico debido a que todavía no llovía y además hacía un mes de la
última vez que cayó gota alguna del cielo, luego no podía haber tampoco nada
encharcado; las tuberías además seguramente estaban vacías de agua debido al largo
tiempo que llevaba abandonada la torre. Al poco rato el sonido a goteo me
sonaba más a unas pisadas, sobre todo cuando percibimos de que la posición del
sonido se trasladaba y se movía de un lugar para otro por allí arriba.
-¡Vámonos de aquí!
–dijo mi primo algo cansado ya de la exploración- ¡Ya es suficiente!
Y bajamos, ninguno
de los otros dos allí presentes rechistamos su petición. Fue al bajar a la
segunda planta cuando nos encontramos con otra extrañeza, el abono había sido
removido dibujando una equis con el hueco creado al esparcir el abono, y al
lado apoyado en una pared estaba una de las maderas de la primera planta o de
la entrada, no sabría decirlo de cuál; pero bien teníamos todos el recuerdo de
que en ésta planta solo estaba el montoncito de abono y el lavabo –como había
descrito antes- y nada más ¿Cómo había llegado el palo hasta aquí? ¿y quién ha
hecho la equis en el abono mientras estábamos nosotros tres en el piso de
encima? Lo más increíble es que no habíamos oído absolutamente nada, y eso que
la zona permanecía completamente silenciosa. Nos estábamos inquietando cada vez
más, no nos era muy cómodo que hubiese alguien entre nosotros y que no diese la
cara. Comenzaba a pensar en cosas poco realistas y en algunas películas llenas
de criaturas terroríficas y la tensión en los tres se respiraba sin que ninguno
lográsemos disimularla.
-Esto no estaba así
–dijo el amigo de mi primo- ¡Eh! ¡Vámonos! ¡Ya está bien!
Nuestros pasos eran
ligeros, no corríamos ya que teníamos hasta miedo del ruido que producíamos.
Bajamos las escaleras conmigo llevando la delantera, mi primo detrás de mí y su
amigo detrás del todo. La siguiente planta la pasamos sin ver nada raro,
demasiadas cosas –y demasiadas ganas de salir de la torre también- habían allí
como para comprobar si alguna astilla se había movido de su sitio.
Las escaleras para
ir a la planta de abajo las pasamos chocándonos el uno contra el otro, el de
delante no tenía ganas de bajar y el de atrás quería bajar cuanto antes. A
empujones llegamos hasta la sucia planta baja y, efectivamente, tal como
habíamos sospechado al principio la puerta se había cerrado. Mi primo entonces
juró entre dientes. Nos pusimos a zarandear como locos nuestras linternas por
todo el cuarto para comprobar que no había nadie, miramos por el techo, por el
suelo, por cada rincón y hasta levantamos algún tablón para ver si había
alguien aquí escondido, un tablón que por cierto no superaba los treinta
centímetros de ancho. Entre el miedo también empecé a percibir cierta rabia por
la paciencia vacía ante lo que nos estaba sucediendo.
¿Y si hay alguien
fuera, tras la puerta? –preguntó el amigo de mi primo-
No sé...-dijo mi
primo al tiempo que cogía una tabla para llevarla como arma-
Yo decidí comprobar
si la puerta estaba cerrada con llave, al ver que se abría paré repentinamente,
tenía miedo de que al otro lado nos topásemos con algo poco agradable. Al ver
que mi primo y su amigo me miraban expectantes a que abriera la puerta dirigí
mi mano nuevamente al pomo roto y la abrí en ésta ocasión de manera decidida y
fuerte, chirrió la puerta sonoramente haciendo un ruido bien molesto. Apunté
velozmente la linterna al exterior para iluminarlo, meneé el aparato de
izquierda a derecha como si tuviera una crisis nerviosa. Pero afuera no parecía
haber nada, solo los altos hierbajos y el cielo encapotado de color anaranjado
por las luces del pueblo ¡qué poco nos atrevíamos a salir! Me acuerdo que
parecíamos pelearnos con la mirada para ver quién era el primero en poner el
pie en la negra tierra y luego como me colaba rápidamente para ponerme como
segundo en la fila, para así quedar el amigo de mi primo último en abandonar la
escalofriante torre a la que habíamos entrado.
Estuve por intentar
desviar el grupo hacia la derecha para evitar pasar por donde debía estar lo
que habíamos visto desde la torre, pero hacia la derecha lo único que habían
eran unos impenetrables zarzales que terminaban en una pared vertical unos cien
metros más allá de donde estábamos, el único camino era volver por donde
habíamos venido y arriesgarse a cruzar por donde debía estar “eso”.
Mientras íbamos por
la maleza hasta llegar de nuevo al camino, recorría por mi cuerpo un escalofrío
que me dejaba con la sensación de que nos estaban observando ojos invisibles escondidos
entre los impenetrables matojos; algo, no sé el qué, que en cualquier momento
saldría de entre la oscuridad y se nos echaría hacia nosotros con fuerza y
saña. Los pasos rápidos de mis dos compañeros de la noche me empujaban a
aumentar mi velocidad para no separarme de ellos. Finalmente llegamos al
camino, ahí relajamos un poco nuestra marcha en vista de que no parecía moverse
nada raro; pero la reformada tranquilidad duró un segundo cuando de los
hierbajos que habíamos dejado atrás se oyeron fuertes pasos que venían hacia
nosotros. Fue entonces cuando salimos corriendo presos de pánico. Corríamos en
la oscuridad intentando alcanzar cuanto antes la calle iluminada de mi casa,
nuestra inteligencia parecía haberse desvanecido en instinto de poder salvar
nuestras vidas ante un verdadero peligro. Al poco de nuestra huída miré hacia
atrás y me pareció ver una silueta negra y redondeada avanzar de manera rápida
hacia nosotros, el amigo de mi primo había dejado caer su linterna encendida
proyectando su luz hacia una exuberante higuera, pude ver como una pierna
grisácea y un brazo, pisando la tierra como si funcionara como otra pierna,
pasaron por la fina región iluminada por la azulada luz azul de la linterna.
Corrimos y corrimos, yo oía a mis dos acompañantes respirar por la boca pisando
el suelo con sus veloces piernas. No nos detuvimos hasta bien entrados en la
calle, dejando una buena distancia entre nosotros y la oscuridad del campo,
mirábamos el lugar de donde habíamos aparecido como si esperásemos que se nos
revelase aquello que nos perseguía, observábamos la oscuridad como si fuesen
las mismas fauces de un lobo a punto de echársenos encima, yo con los dientes
mostrándose en una mueca de tensión. Pero nada llegó. Los pasos de detrás de
nosotros habían cesado y nada surgía de la oscuridad; no importaba, no
estábamos como para dar la bienvenida a lo que fuese que nos estaba
persiguiendo, así que rápidamente recobramos el aliento y subimos a mi casa, la
calle estaba además completamente desierta de gente, poca seguridad transmitía
algo tan vacío de vida.
Ya en mi casa
reflexionamos mejor qué podía haber sido y tratamos de volver a poner nuestros
pies en la tierra tras una constante sesión de sucesos fuera de lo común.
-¡Dios mío! –dijo
el amigo de mi primo- ¿Pero qué ha sido eso? ¿qué podrá haber sido?
-¡Madre mía! –habló
mi primo mirándome- ¡Yo no lo puedo creer! ¿Pero qué hay allí?
-No lo sé –dije-,
pero yo ahora no vuelvo.
-¿Habéis visto cómo
era? –dijo otra vez el amigo del primo- Era...¡era cómo una bola!
-Pero tenía
piernas...-dije yo-
-¿Y si fuese
alguien? –dijo mi primo como si estuviera recuperado del miedo- ¡Seguro que era
alguien!
Mi primo parecía
tener ansias de volver a la torre, pero yo no estaba dispuesto a seguirle así
que intenté persuadirle a él y a su amigo, que aunque no estuviese seguro de
qué pensaba él bien sabía que cuando mi primo suele desear algo el amigo lo
sigue a continuación.
-No –dije- ¿Y por
qué nos iban a gastar esa broma? ¿A nosotros?
-Pues no sé –dijo el
primo-.
-¡Eh! –dijo ahora el
amigo de mi primo, tan previsible como siempre- ¡yo creo que de hecho eran
varios que querían asustarnos! vi varias piernas y los brazos...
-¿No crees que se
movía un poco raro? –le dije al amigo de mi primo algo enojado- ¿Por qué se
movía con un brazo usándolo como pierna? ¡Y no he visto el otro!
-Yo no he visto eso
–dijo ahora éste chico- ¡He visto como a dos personas!¡De verdad!.
-¡Eh! Que seguro que
habrá sido alguien de las casas de campo de alrededor –dijo ahora mi primo-…
Me daba igual si
había sido obra de alguien de alguna casa de campo cercana o de quien fuera,
solo sabía que por hoy había tenido suficiente y no tenía más ganas de retornar
al campo, por esa noche era suficiente.
-Si tantas ganas
tenéis de seguir –continúe intentando convencerles de alguna manera
desesperada- ¿por qué no nos vamos ahora a nuestro siguiente destino, a la
fábrica?
-No... –dijo el
amigo de mi primo- no tengo ganas...
-Yo tampoco quiero
ir... –habló también mi primo-.
Lo cierto es que a
mí también se me habían pasado las ganas de ir a otro edificio ruinoso y
oscuro. La susodicha fábrica era el destino posterior a la exploración de la
torre, pero la fábrica al estar en el corazón del pueblo y con una entrada
difícil requería de al menos pasar a altas horas de la madrugada, cuando no
hubiese nadie en sus poco transitadas callejuelas. Por otro lado la fábrica ya
la había visitado antes y últimamente me estaba replanteando volver allí por
motivos muy personales, motivos que rebotaban en mi conciencia empujándome a ir
allí otra vez y que ni mi primo ni su amigo lograban entender. Finalmente caí
rendido por la tensión. Algo alterado, me puse a hablarles.
-Pues entonces
vámonos a casa de la abuela –les dije alterado- ¿Tampoco queréis ir?
-Hagamos algo más
antes –dijo el amigo de mi primo hablándole a su amistad-.
-Anda, vamos a casa
de mi abuela –les dije con pocas ganas de discutir ya nada-.
Y al final acabamos
aquella noche durmiendo en la casa de nuestra abuela, fatigados tras un rato
temblando en la oscuridad. Lo cierto es que la aparición en la torre me dejó
con mucha más intriga de esa zona. Y había pasado cuatro años atrás por la
torre para fotografiarla de cerca, no llegué a entrar dentro pero me quedé
justo a la puerta, de día el sitio no cambia mucho ciertamente, es igual de
triste y abandonado.
Cualquier persona que utilice
algo de sentido común podría pensar que cada una de las extravagancias que
percibí aquella noche tendría su explicación pero me atrevo a decir que pocas
son las personas que pueden mantener el latido de su corazón relajado y la
mente razonable cuando están rodeados en la oscuridad, en un edificio
abandonado y donde llevabas una extraña sensación de que te estaban observando.
Yo por mi parte aunque intente razonar todo lo posible no paro de pensar en lo
sobrenatural de aquella noche y mucho más del terror que pasé. Éstos sucesos
cada vez más me llevan a la sensación de que éste pueblo tiene un encanto que
lo rodea, lo empiezo a ver como un lugar embrujado, que a pesar de que se ha
consumido en la industria y en la modernidad como todas tiene un halo de
monstruosidad que mora en las zonas más desoladas del pueblo. No es el único
suceso raro con el que me he topado en ésta región, y eso ha consolidado más
éstas sensaciones que tengo, de inseguridad, de extrañeza pero al mismo tiempo,
de un extravagante orgullo por que sea una zona tan misteriosa y apartada,
consolidando que nadie se dé cuenta de lo que se guarda realmente impidiendo
así que acabe cual muestra de feria como muchos otros lugares transformados en
destinos turísticos sin espíritu ni belleza alguna.