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Monday, 19 October 2015

"El Miserere de la Montaña". Children´s book

So here´s "El Miserere de la Montaña"/"Miserere of the mountain" finished and ready to be read. But it is in spanish, yes.















Sunday, 30 December 2012

La Fábrica abandonada


Segunda historia de una serie a la que nombro como "historias fantasiosas". Éste es el segundo relato que terminé en verano, pero por algún motivo no lo he llegado a subir hasta la Navidad (el mantenerlos frescos hace madurar las palabras escritas, supongo):

     El suceso que ahora concierne sucedió en la niñez, pero por ello no quiere decir que sea una historia infantil ni mucho menos ¿a caso ha habido algún niño que no haya tenido alguna experiencia inconcebible a su edad? No todas las experiencias infantiles son alegres ni todas son dulces, a veces son trágicamente adultas.
      En el casco antiguo de mi pueblo, cerca de su corazón, permanece en pie una fábrica completamente descuidada y apagada de vida. Antaño fue una de las principales fuentes de ingresos del pueblo pero sería el negocio trasladado a un nuevo edificio, quedando éste desusado. Actualmente el enorme espacio que dejaron las máquinas en la planta baja está habilitado como garaje, mi madre de hecho pagaba una plaza de garaje para su coche hace años. El lugar está hecho una pena, con paredes llenas de moho y suciedad, con balcones y ventanas de madera podrida y debilitada, y la pintura que protegía sus fachadas se cae a trozos. Las calles que rodean la fábrica son estrechas, de piedra gris sin aplanar y de trazado irregular, propias del diseño urbanístico rural anterior a la aparición del automóvil. Dicha fábrica ha tenido popularidad debido a que antaño dio de comer a muchas familias del pueblo en una época donde la riqueza se repartía de manera tremendamente irregular e injusta. La popularidad de la empresa se debe también al infame carácter del propietario de aquella época, se dice que éste hombre y su pasiva familia cogían ojeriza a trabajadores que incluso simplemente “no les caía bien” –el pueblo no era muy grande, los vecinos y familias se conocían muy bien entonces y surgían tanto amistades como enemistades por cada calle-. El empresario los trataba con actitud cruel y explotadora, obligando trabajar de sol a sol a algunos pobres desgraciados; los parlanchines más exagerados y frívolos dicen que hasta incluso llegó a asesinar fríamente a algún trabajador incompetente resguardado en los muros de la gran factoría. Nada de esto tiene por qué ser verdad, todas éstas negras historias han surgido desde los relatos de bocas enemistadas contra la rica familia, presionando la posibilidad de que sean solo rumores para injuriar a ésta familia ostentosa.
    Hace nueve años tenía un amigo cuyos abuelos vivían en una casa pegada literalmente a la fábrica; el acceso a ella por su casa era tan simple como abrir una ventana y estar ya pisando en un patio de la fabrica. Y fue una vez cuando éste amigo decidió enseñarme todo éste enorme edificio muerto.
  Recuerdo aquel día a pesar del tiempo que ha pasado ¡cómo no olvidarlo! Si no recuerdo mal debía ser finales de abril o el mes de mayo...aunque tampoco descarto que hubiese sido en el mes de marzo. Aprovechando que sus abuelos estaban ausentes, mi amigo abrió la ventana del salón para “enseñarme algo”. Fue entonces cuando me di cuenta que la fábrica y la casa de los parientes de éste chico estaban prácticamente unidas. Como dije antes, salimos directamente a un patio, en dicho patio había una caja de plástico para fruta colocada en la pared para facilitar la escalada hasta el techo de la fábrica –la caja seguramente la había puesto éste amigo mío-. Frente a nosotros había una entrada sin puerta y una ventana sin cristales de la fábrica, pudimos entrar por allí pero decidimos subir por la caja y un gordo tornillo salido para comenzar a explorar por el tejado de la nave. El tejado era propio de una industria, con sus medio cilindros sobresaliendo de las zonas planas y hecho de un resistente hormigón, no obstante habían varias líneas de planchas de plástico ondulado que recubría el tejado y que pisar por ellos suponía ceder y caer desde una altura de unos diez metros al interior de la nave.
    Estuvimos un rato allí hablando sobre éste lugar, le comenté entre otras cosas que mi madre antes aparcaba en ésta fábrica. Tras lo cual nos fuimos moviendo por el tejado, hacia el final había un agujero por el que fácilmente caería una persona desprevenida, miramos por el agujero y me fijé que justamente daba al espacio por el que aparcaba el coche mi madre, con otro coche ahora sustituyendo la plaza. Tuve la tentación vandálica de tirar una roca enorme al agujero para que cayese sobre la furgoneta que había aparcada y disfrutar de su destrozo, pero al final me contuve. A pesar de ello sí que me puse a tirar piedras a toda la serie de cristaleras de la factoría que habían a mi vista, pensando en que no pasaba nada al romper algo que ya de por sí ya estaba “roto”; no dejé ni una ventana sana.
   Le hablé luego a mi amigo de adentrarnos al interior de la fábrica para ver qué había, y así ya de paso evitar las miradas vigilantes de más de algún que otro vecino que se habría asomado desde su ventana para comprobar qué era ese ruído a cristal rompiéndose. Para entrar nos agarramos a un poste eléctrico de hierro oxidado y sin cables, apoyábamos las piernas a la pared y luego como si estuviésemos andando en vertical dirigíamos nuestras piernas hasta un balcón sin balaustrada y casi inexistente,  parecía que habían hecho un agujero a pica en la pared y que el balcón era más bien un enorme hueco. Otra cosa que confirmaba que ahí hubo un balcón es que justo al lado había otro balcón, éste entero pero sin cristales –los acababa yo de destrozar- ni ventanal y claro, las fachadas normalmente han requerido cierta simetría. De todas formas, gracias al boquete el comedor-cocina quedaba agradablemente iluminado.
  Llegamos dentro, nos encontrábamos ahora mismo en la segunda planta, en una especie de cocina unida a un comedor, o al menos esa sensación me daban los diferentes muebles (entre ellos una nevera vieja) y las paredes embaldosadas de azul blanquecino. Del suelo no podía decir mucho pues estaba todo completamente tapado por los escombros. Habían también varias huellas de reciente actividad como algunas latas vacías y hasta una manzana sin pudrir, esto último dejaba claro que hacía demasiado poco que alguien había estado aquí. Dejamos aquel ruinoso comedor y nos adentramos aún más al interior del decrépito edificio; ahora aparecimos en el vestíbulo donde la iluminación era más tenue, con una pared pintada de verde que nada ayudaba a la iluminación del lugar, las principales escaleras conducían hacia abajo y a nuestra derecha quedaban otras escaleras más humildes. Por la estructura del edificio coincidimos en que hacia arriba habría menos zona por explorar que hacia abajo, donde seguramente quedaban muchas salas por ver. Antes de subir desahogué mi deseo destructivo arrojando una piedra al farolillo que había colgado al techo, al impactar la piedra saltaron los cristales que hicieron un fuerte ruido y el gracioso de mi amigo se puso a aplaudirme de manera sarcástica.
   Fuimos por las escaleras que conducían a la única planta que estaba encima de nosotros: el ático. Recuerdo que el ático era un lugar pequeño pero oscuro, con grietas de diferentes tamaños que iluminaban vagamente la habitación, si acaso de donde más entraba la luz era de abajo, de donde habíamos venido. Recuerdo también que en ésta polvorienta buhardilla predominaban los objetos de madera y las telarañas. Y sobre todo recuerdo unos elementos que habían en el suelo un tanto extravagantes por cómo estaban colocados, colocados además estratégicamente, se trataban de una cruz cristiana de madera pulida puesta en el suelo rodeado de un círculo, el círculo era de un color rojizo oscuro y juraría que debía estar hecho de un líquido un tanto viscoso. En cuanto lo vio mi amigo cogió el crucifijo.
  -¡Ah! Así que aquí hacían ritos satánicos ¿eh?- dijo bromeando en voz fanfarrona.
 Y a continuación tiró la cruz con fuerza por ahí.
  No estuvimos mucho rato más ahí y volvimos a bajar al vestíbulo de la segunda planta para bajar las escaleras, así llegamos a la primera planta.
   De la primera planta me acuerdo que era una zona con más habitaciones que la segunda planta y también que era un sitio bastante más oscuro, pues la luz llegaba solo por los ventanales que había roto anteriormente y algunos tragaluces del pasillo. En éste piso el ruido del exterior apenas era perceptible y el silencio era sepulcral. No me acuerdo muy bien, pero creo que éste piso tenía un pasillo central con varios cuartos a los lados, entre ellos habían unos baños con urinario, duchas y hasta una bañera, todo ello inundado en escombros. Los baños estaban al fondo a la derecha del pasillo y tenían una pared embaldosada de color azul oscuro. Todas las habitaciones a mano derecha del pasillo, los baños también, tenían unos tragaluces que comunicaban con la enorme y mejor iluminada nave de la fábrica. No recuerdo aquí que hubiese ventana alguna para romper, pero sí que recuerdo muchas piedras y paredes rotas. En una de las habitaciones volvimos a aparecer en el patio por el que habíamos entrado al principio, ésta habitación aún tenía algún mueble carcomido y astillado.
   Una vez llegamos al fondo del pasillo volvimos atrás para volver al vestíbulo y así bajar al siguiente piso, a la planta baja. Pero fue al estar en las escaleras cuando oímos unas voces provenientes de abajo. Las voces eran de dos hombres seguramente, nuestro temor era más que nada a que nos descubriesen paseando por una propiedad privada y que esto no les hiciese mucha gracia, así que nos metimos otra vez por el pasillo hacia dentro y rezar porque no se acercasen. Pasaron unos segundos, y al rato ya no oíamos más voces. Supusimos que probablemente era el dueño de algún coche que había aparcado en la nave y que estaba saliendo de la fábrica, si era así, no tenía por qué entrar a las oficinas donde nosotros nos escondíamos sino salir por la puerta principal de la nave, una puerta de color verde enorme que lleva directamente a la calle y por la que entran los coches que tienen una plaza agenciada.
  Recobramos el valor y decidimos bajar por las estables escaleras hacia la planta baja. De ésta planta recuerdo que tenía un plano parecido al de la primera planta, pero con la enorme nave incluida. Justo donde estábamos habían varios caminos por los que ir: a nuestra derecha estaba la puerta que daba a la calle de atrás, detrás de nosotros se mostraba todo el pasillo de la planta baja oscurecido, hacia delante quedaban unas escaleras que bajaban en forma de caracol hacia el sótano, hablaré más tarde de lo que hallamos por aquí. Por de pronto decidimos meternos por un pasillo estrecho que había a nuestra izquierda, el pasillo era negro como el carbón y no se podía ver absolutamente nada hasta que de repente volvimos a tener visibilidad y nosotros dos aparecimos en la nave.
   La nave de la fábrica era el área más grande de todas. La recuerdo tal y como era más por las veces que mi madre aparcaba el coche allí que por el viaje que hicimos mi amigo y yo. Iluminada por los enormes ventanales, allí se expandía un llano interno de piedra fría con montañas de palés, basura de cartón y madera, rincones oscuros y coches aparcados en sus respectivas plazas –que no venían a ser sino un espacio imaginario reservado-, en total habrían unas doce “plazas” habilitadas para coches; la luz del sol daba a la nave un color amarillento sucio debido al polvo y porquería acumulados en los ventanales y en el edificio. No recomendaría el paseo a alérgicos al polvo porque éste se respiraba por todas partes debido a la acumulación que tenía.
   Al ver que nos hallábamos en una zona que todavía era transitada por alguna persona nos volvimos a meter rápidamente por donde habíamos venido; sin embargo me quedé con la curiosidad de visitar un despacho, que seguramente era el reservado para el jefe de la empresa ya que tenía unas ventanas que dominaban toda la nave –típico diseño para mantener observados a los trabajadores de la fábrica o para muestrarios-, que estaba a la altura del primer piso pero incomunicado de él, ya que la única forma de llegar hasta esa oficina era cruzando la nave por la derecha y subir unas escaleras. Entramos al pasillo oscuro y volvimos a estar otra vez en el vestíbulo de la planta baja, creo recordar que el suelo de ésta zona eran unas baldosas de mármol de color rojo y blanco. Allí nos decantamos por ir a la derecha a explorar toda la planta baja para después ir finalmente al sótano. El pasillo de ésta planta era tan oscuro como el de la planta de arriba ¡o incluso más! Llegó un momento, al fondo del todo, donde apenas podía ver el rostro de mi compañero y la luz era un vago rayo luminoso similar a lo que ves cuando estás en lo más profundo de un pozo. Fue al entrar en un despacho del oscuro fondo donde sentí algo que acariciaba mi torso, algo se deslizaba de delante hacia atrás en mí; pregunté a mí amigo qué estaba haciendo y éste me respondió, pero su voz sonaba como si estuviera al menos a tres metros de mí. Otra vez algo se deslizó entre mí, pero ésta vez entre las piernas, asustado pensando que podía ser alguna serpiente o un nido de insectos corrí hacia donde debía permanecer mi compañero de desventuras, tropecé con un mueble sin detener la marcha y me detuve en el pasillo, donde aún permanecía algo de luz.
   ¿Eh? ¿Qué pasa? –me preguntó mi amigo, sonando su voz al lado de mí-.
   Nada –dije, no quería parecer asustado-.
   Estando en lo más hondo de ese pasillo, nuevamente algo paso por entre nuestras piernas, parecían varias culebras zigzagueando plácidamente por ellas; mi amigo también las notó pues le oí mover las piernas como si estuviese aplastando cucarachas.
     -¡Eh! ¿Qué hay aquí?- decía mientras se movía nerviosamente.
   A paso ligero, yo más bien corriendo, retornamos hasta el vestíbulo donde la luz hacía el sitio medianamente visible. Me registré los pantalones y me comprobé las piernas para ver si tenía algún insecto caminando por ahí, aunque no parecía que tuviese nada en ninguna parte después de asegurarme de ello. Me rasqué apresurado la camiseta al notar que algo se movía cosquilleándome la tripa pero resultaba ser una gota de sudor que se deslizaba. En cualquier caso, no deseaba volver a adentrarme dentro de las oficinas que ofrecía la planta baja por la mala sensación que me habían dejado, tenía el pensamiento de haber caminado por un montón de insectos y animales minúsculos merodeando libremente, como si de un nido se tratase; sentía escalofríos con solo pensar eso, así que le propuse a mi amigo explorar el último rincón de la fábrica que nos quedaba, el sótano o la planta subterránea –al principio sospechaba que bajo nosotros quedaba una planta tan amplia como la que ahora pisábamos-.
   Bajamos las escaleras hasta la planta subterránea, las escaleras hacían ahora un trayecto en espiral –medio espiral mejor dicho, ya que el recorrido no era suficientemente largo como para que las escaleras hiciesen una espiral completa- hasta abajo del todo. El sitio me decepcionó en cuanto a tamaño, como había dicho antes, me esperaba un lugar más amplio pero era tan solo una habitación, una habitación, eso sí, muy grande. Pero dicha habitación tenía el espacio libre muy reducido, con una iluminación débil proveniente de arriba podía ver como se levantaban pilas y pilas de trastos polvorientos amontonados: habían percheros, cómodas, marcos, cachos de butaca...todo tipo de mobiliario de salón que se extendía por el cuarto e impedía ver las cuatro paredes del sótano. Bajamos del todo las escaleras hasta tocar el poco suelo caminable del sótano. Todo éste cuarto parecía un cementerio de muebles y no sé por qué, pero éste lugar no me daba buenos sentimientos; deseaba salir de allí cuanto antes, pero no tenía que ver con el temor a nuevos encuentros con insectos...no sé, era como si ese sótano mismo me encogiese el corazón de miedo.
  -¡Eh, mira! –dije yo calentando la conversación para hablarle de salir de allí- ¡una caja fuerte!
 -¡Ahí va! –dijo mi amigo sorprendido-.
  En frente de las escaleras detrás de unos cajones rotos asomaba una pequeña caja fuerte. No nos dio tiempo a pensar demasiado sobre ella porque a los pocos segundos de la sorpresa la vaga luz azulada del exterior desapareció dejándonos a oscuras sin poder ver absolutamente nada.
  No dijimos nada, rápidamente estuve pensando en dos posibles hechos sobre lo que había pasado; una de dos, o alguna cosa opaca como un coche o algo pero que por supuesto se encontraba en el exterior o, suposición que me henchía de miedo, “algo” que se encontraba dentro y a priori se había movido de su posición original. Yo estaba callado más que nada por la posibilidad de que fuese ésta segunda posibilidad, pero de que más que un objeto fuese alguien realmente, no sé por qué estaría callado mi amigo. Sin perder un segundo extendí el brazo para agarrarme al brazo o a cualquier parte de su cuerpo, bastaba con eso, de mi amigo para calmar mis nervios y no caer en pánico; mi amigo no dijo nada salvo un “¿eh?” de sorpresa. Pero el pánico saltó irremediablemente cuando de nuestros ojos a medio acostumbrar en la oscuridad se nos apareció bajando las escaleras una figura negra como nada en el mundo, las bajaba silenciosamente, sin que sus pasos hiciesen nada de ruido. La figura parecería el de una persona de no ser porque tenía una mitad inferior delgadísima en comparación a su mitad superior, que se ensanchaba hasta terminar en unos corpulentos hombros; la extravagancia no terminaba ahí, pues en cuanto le vi bajar dos escalones de la escalera en espiral se estiró y transformó en algo alargado, similar a una anguila pero de tamaños enormes, que se lanzó hacia nuestras posiciones a velocidad de depredador felino. Lo que sea que fuere eso pasó a mi izquierda para perderlo de vista, miré hacia esa dirección y volvió a iluminar la misma luz de antes, topándome con mi amigo permaneciendo a mi lado todavía. La luz dejó en mi vista una sensación similar a cuando alguien se levanta después de dormir, molestándome esa débil luz y haciéndome suponer de que lo que había visto había sido tan solo un efecto óptico en la oscuridad.
  -¿Qué ha sido...? –pregunté entonces dubitativo de que lo que acababa de ver había sido realidad o solo una ilusión de mi vista-.
  -¿El qué? –preguntó entonces mi amigo, ahondando así en mi abandono a suponer qué era “eso”-.
  -Nada... –dije, no tenía ganas de discutir nada, solo quería salir de ese lúgubre sótano-.
  Anduve hacia las escaleras para subir y salir de la fábrica y mi amigo me siguió sin mediar palabra, pude echar un ojo mientras subíamos por las escaleras a donde se encontraba la caja fuerte, ésta inexplicablemente estaba abierta, mostrando su vacío interior, nada dije sobre esto y llegamos hasta la planta baja.
   Bueno... -se puso a hablar mi amigo bruscamente- ¿Quieres irte ya?
  -Sí –le contesté yo calmado, pero con una marginada sensación que poseía de que alguien nos acechaba desde alguno de los oscuros rincones de la fábrica- ...vámonos.
  Subimos las escaleras hacia la segunda planta, íbamos a salir por donde habíamos entrado, camino que después de todo era el único sitio de entrada. Pero las cosas se truncaron terroríficas en cuanto pasábamos por la primera planta y oímos un grito de mujer ahogado proviniendo de la zona oscura de la planta baja, en cuanto oímos eso ambos nos quedamos parados y mirándonos con los ojos abiertos como platos. Entonces echamos a correr. A nada de ponernos a correr comencé a oir, proviniendo de la planta baja y del sótano, constantes muebles moviéndose y despedazándose enérgicamente y nuevos gritos desgarradores ¡y lo peor es que cada vez se oían más cerca! Corrimos casi presos de pánico, sin pararnos para mirar atrás en ningún momento.
  Llegamos a la terraza por la que habíamos entrado y saltamos al techo de un salto, me alejé un poco de la pared de la fábrica y ahí volví a mirar atrás. A los pocos segundos todos los cristales que quedaban de los ventanales saltaron hacia adentro, como si un potentísimo y enorme aspirador los hubiese atraído hacia las negras entrañas de la factoría. Al ver esto no me atrevía ni a moverme, mucho menos a pisar el suelo de la fábrica, necesario pasar por él para volver a casa de los abuelos de mi amigo.
   Pasaron los minutos, sin darme cuenta me había movido hasta el borde del tejado, a dos pasos para caer a la calle. Mis ojos solo estaban para mirar al viejo edificio y la respiración se me entrecortaba.
  -Vámonos –refunfuñó mi amigo cansado después de suspirar, de repente se había cansado cuando antes tenía una actitud parecida a la mía, lo diferente era sobre todo que lo había dicho de mal carácter-.
  Yo no quería irme todavía, no después de lo último y sabiendo que íbamos a volver a pasar cerca de una de las puertas a la vieja fábrica.
  -Espera... –le dije-.
  -¡Que nos vamos! –gritó ésta vez mi amigo, como si por ningún motivo se acabase de enfadar- ¡Venga!
  Al final caminé con él hasta llegar a la ventana de la casa de sus abuelos. En el patio no paraba de vigilar con una mirada asustada hacia las ventanas que habían a tres metros de nosotros, mis ojos se iban hacía lo más profundo de lo que podían mostrar las ventanas, pero yo no quería mirar tan adentro por el miedo, casi como si fuese una alergia, que sentía ahora hacia esa fábrica maldita. La ventana a casa seguía abierta, por lo visto no se habían dado cuenta sus abuelos de nuestra pequeña escapada, apartamos las limpias y suaves cortinas, y saltamos al pasillo.
  -¡Bueno! –rompió a halar mi amigo de repente- ¡Hay que irse!
  Me quedé sorprendido, aún no era demasiado tarde y me había invitado a cenar con sus abuelos.
  -Venga ¡vete! –dijo mi amigo, se le notaba algo enfadado-.
  No sabía qué podía pasar, pero suponía que tenía que ver con que mientras volvíamos alguien nos acababa de ver y de seguro nos habría reconocido, posiblemente además por mi falta de precaución mientras íbamos por el tejado y mi mera preocupación a atender mis miedos. En parte, la cercanía que tenía la casa de los abuelos de mi amigo me inquietaba y no deseaba permanecer tampoco en ese hogar, quería irme a la calle o a donde fuese pero lejos y separado de esa ruina, aunque por otro lado la actitud de mi amigo me estaba pareciendo borde y desagradable. Atravesé el patio y abrí la enorme puerta de madera que daba entrada a la propiedad de sus abuelos, prácticamente me sentía echado a patadas. Durante el resto del fin de semana no lo llamé, no es que estuviese enrabiado por ello, era más bien la sensación de que algo no iba bien y durante aquellos días no se dejó relacionar conmigo nada.
  Fue extraño que tras la visita de aquella fábrica, mi amigo comenzó a comportarse de manera hostil contra mí y algunos de sus familiares; siempre he pensado que éste cambio de carácter, al menos contra mí, había sido influencia de otros chicos de nuestra edad que, por poca sangre en sus mentes huecas de bondad, echaron comentarios sucios y negativos sobre lo cercanos que éramos ambos y al parecer lograron calar en la mentalidad de mi amigo. Mi compañero de exploración desapareció una noche un mes después, justo un mes después. Nadie en ninguna parte lo volvió a ver y yo al menos sospecho que tuvo que ver en parte algunas cosas que hallamos en la fábrica, pero nunca he llegado a decirlas y, a decir verdad, consideré fiables del todo las fuentes oficiales que daban y que no enlazaban nada paranormal. Era un niño entonces, nadie me hubiera creído seguramente, y además pensaba que lo único que haría diciendo eso sería entorpecer la investigación y confundir el supuesto verdadero rastro que había, sobre todo cuando ni yo mismo estaba seguro de que nada de lo que vimos tuviese que tener relación alguna con su desaparición. Ver además a su triste familia confiando en la autoridad me impedía decir algo, no quería ni hablarles del tema, para nada.
    Por otro lado a los dos días de aquella tarde en la fábrica acabé enojándome con aquel amigo por dejarse llevar, supuestamente, por comentarios irracionales surgidos de personas de cabezas estúpidas y mi rabia sobre él continuó cuando éste desapareció, pensaba que hasta se lo merecía. Pero con el tiempo he visto que tampoco fue tan grave, no al menos como para que éste desapareciese y su familia acabase en la desgracia por la pérdida. Pero aún así, sigo sin sentir completa seguridad de qué ha podido sucederle y no quiero decir nada que lo relacioné con la fábrica sin tener una prueba de peso. El caso fue cerrado hace años sin conseguir pista orientativa alguna.

Sunday, 4 November 2012

La Torre del campo

  Bueno, el caso es que me puse en verano a escribir una serie de relatos cortos. Aquí el primero que completé. No sé por qué no lo he subido antes, quizás porque todos ellos funcionan en "armonía" con los otros...tal vez...

LA TORRE DEL CAMPO (Título provisional, que conste).

En mi pueblo, a la entrada de los caducos campos que hay yendo hacia el norte permanece aún de pie un peculiar edificio, una torre de tres pisos delgada que se erige como torreón medieval en medio de la planicie, en un yermo campo abandonado. No podría decir a qué pertenecía dicha torre; por los cascos de ruina que hay dispersados alrededor, ocultados casi del todo por maleza seca, y por una de las fachadas donde hace parecer que quedaba pegada a otra construcción, me atrevo a decir que la torre formaba parte de una fábrica que ya no existe...aunque dudo de lo que lo que estoy diciendo, realmente por mi cabeza pasan toda clase de posibilidades que pudieran suponer que fue antaño esta singular torre. Desde la carretera hacia el norte y desde las casas y fábricas cercanas se ve perfectamente destacándose solitario con el valle repleto de huertas y casillas hacia el fondo. En definitiva –y por si no lo había supuesto- el lugar yace allí completamente abandonado, sin función, sin uso y sin cuidado alguno.
   Pero eso no ha parecido ser del todo cierto. En contadas noches, varios vecinos que habitan cerca del enclave de la torre dicen que durante la madrugada, cuando las calles del pueblo están vacías y desiertas y la gente duerme cálidamente en sus casas, llegan desde la oscuridad del campo unos susurros agonizantes y desesperados, como si alguien te estuviese hablando mientras sus heridas se abren a cuerpo abierto; llegan éstas voces como el viento que sopla y, curiosamente, la gente que mejor la oye son aquellas que andan caminando por las calles limítrofes que se encuentran al sur de donde está la torre –normalmente el frente de viento proviene del noroeste-. Cualquiera podría pensar a que se debe efectivamente porque hay alguien en el oscuro campo que está gritando por el motivo que sea y que su voz llega hasta la calle con la esperanza de ser ayudado pero lo raro es que los gritos son siempre los mismos y van en el mismo orden. Nuevamente, muchos podrían pensar que se pueda deber a alguna grabación nítida creada por alguien con a saber qué intenciones. En cualquier caso, muchos se pararían a decir que no hay motivo para asustarse y que si alguien se pone a pegar alaridos en medio de la negra penumbra será por algún problema, motivo suficiente para ir al auxilio supongo...
    En todo ello, mi primo, un amigo suyo y yo, movidos por una mezcla de curiosidad y necesidad de novedad, nos introdujimos una noche de verano en la susodicha torre y ver qué había ahí dentro. Llevávamos tres linternas para guiarnos por la negra tierra del campo, vagamente iluminada por las luces naranjas artificiales que nos rodeaban de oeste a sur. Naturalmente íbamos con la previsión de que no nos íbamos a encontrar nada paranormal y nuestra intención era meramente exploratoria, una especie de senderismo pero en vez de pasar por bosques pasábamos por ruinas. Salimos a las once de la noche de mi casa para abandonar las seguras calles iluminadas y penetrar por los ominosos y estrechos caminos de tierra que ofrece el valle del Ebro. No oíamos ninguna voz ni nada que dijese que allí hubiese alguien, tan solo los grillos y algún que otro insecto rompían el tranquilo silencio del paraje, era todo calma y paz. Yo al menos, más que tener miedo a algo fuera de lo común temía encontrarme con algo que tristemente es común como algún perro guardián suelto –me caló hondo entre otras malas experiencias con dichos animales cuando un pobre pony paseando por las zonas de la ladera fue atacado por dos perros rabiosos y acabaron arrancándole un glúteo y parte de los intestinos al pobre animal-. O también imaginaba toparnos con un zulo de drogas o el escondite de algún tráfico ilegal, imaginaba descubrir todo eso y con la mala suerte de ser descubiertos por los encargados de llevar a cabo ese negocio ¡a saber qué suerte nos iba a deparar estando en inquisidoras manos de personas dedicadas en secreto a los negocios sucios!
   Yo conocía el camino hasta la torre y de hecho era un recorrido muy corto. El ruido del agua corriendo por una acequia subterránea nos indicó que habíamos llegado al punto de divergencia de caminos, ahora había que separarse del camino de los huertos y adentrarse por las zonas secas libres de maleza hasta llegar a la entrada de la misteriosa torre. Por donde ahora pasábamos podían verse asomando entre la hierba amarillenta sofás roídos, cojines deshechos y pilas de escombros; tropezábamos además con latas de refresco descoloridas por el tiempo y cachos de cartulina. Y a unos doscientos metros teníamos la torre, que hacía de eclipse a la iluminación que daba toda una enorme pared de decenas de metros de alto y centenas de metros de largo de ventanales cuadrados pertenecientes a otro edificio abandonado que se encontraba a al menos medio kilómetro de nuestras posiciones. El lugar es bastante desolador, parece que ha sido abandonado tanto de la mano del hombre como de la naturaleza. Debido a la cercanía con algunas casas de campo posiblemente habitadas y con la fácil visibilidad que hay hacia aquí desde una colina edificada, durante más de un momento tuve que pedir a mis dos compañeros que guardasen silencio para que nadie nos viese, pues no sería muy agradable llamar la atención, sobre todo para mí siendo habitante del pueblo.
    Llegamos a la puerta de la torre tras pasar por gruesas tablas de madera que quedaban colocadas en la puerta como un felpudo, pero más grande y combado. La puerta, una puerta verde con las bisagras completamente oxidadas, estaba abierta. Antes de entrar pedí otra vez silencio. Por la situación de la torre, los supuestos gritos de humanidad debían venir de ahí mismo. Debido a que la torre está separada en tres pisos, a continuación dividiré la exploración en cada una de las plantas, cada planta en sí era una pequeña habitación cuadrada que de seguro no medía más de quince metros cuadrados, con un par de entradas para subir y bajar y tres ventanas.
    Nada más entrar nos encontramos que el suelo estaba completamente lleno de rejillas y maderas para aves de corral, todas ellas desordenadas y creando un montículo caótico de hierrecillos retorcidos; por todas partes también había dispersado el pienso podrido y manchado. Hacíamos inevitablemente ruído al pisar las rejillas retorcidas y el intenso olor del interior invitaba a salir de allí cuanto antes, la entrada no era para nada alentadora. Salvo un pajarillo que habitaba en su nido construido allí dentro, nadie parecía haber ahí dentro y si a caso lo más extraño fue encontrarse con una pera mordida, la pera además no estaba podrida por ninguna parte, suponiendo así que en ésta torre haber sí que había habido gente hace poco. Nos decidimos subir por las estrechas escaleras hacia la primera planta, de uno en uno, pues no cabían dos personas juntas en cada escalón.
   La primera planta tenía más rejillas oxidadas y maderas atadas, el pienso para pollos era aún mayor y hasta se arrinconaba en un montoncito a una de las esquinas. En ésta habitación había un antiguo horno de cocina con la parte superior tapada completamente con arcilla. El olor fuerte a gallinero se hacía insoportable en ésta habitación haciéndome sentir hasta mareado por lo nauseabundo que era. Cuando estábamos pisando los escalones para subir a la segunda planta fue cuando mi primo oyó que la puerta de abajo se había cerrado, le di la razón en seguida, pues yo también había oído un ruido proveniente de abajo; al principio no sabía que sería sospechando de que podía ser la puerta pero se me hacía raro, pues en el estado que se encontraba aquella puerta si se movía debía hacer bastante ruido y no uno suave y delicado como el que acabábamos de oir. Nos quedamos en silencio, lo único que podíamos escuchar ahora eran los grillos cantando en la calurosa noche. Decidimos seguir hacia delante y nos pusimos a subir; no sé ellos, pero yo al menos tenía el corazón latiendo fuertemente por la tensión que el supuesto cierre de la puerta había provocado, extraño era además cuando encima no soplaba nada de viento y aún así hubiera sido muy difícil que se cerrase una puerta oxidada y que al abrirse se metía hacia adentro, hacia una sala minúscula y sin ventana alguna para crear corriente. Unos minutos después de permanecer ahí, yo con nauseas que parecían que iban a dar un mal desenlace, decidimos subir a la segunda planta con nuestras linternas apuntando al final de las escaleras y mirando con precaución en las esquinas, como si al otro lado se nos fuese a aparecer un asesino expectante a nuestra llegada.
   La segunda planta estaba más limpia, si es que se pudiese decir eso; el polvo envolvía casi toda la pared blanca, aquí había un lavabo pero éste lavabo estaba completamente tapiado en el hueco por la arcilla, similar a cómo estaba el hornillo de la primera planta. Pero la arcilla no se quedaba allí, en una de las paredes habían unas siete huellas de mano marcadas con arcilla, tanto mi primo y yo comparamos las manos de ahí con las nuestras y pudimos comprobar que éstas huellas eran de niños. Con arcilla también nos topamos con un curioso “graffiti” escrito en la pared pegada a las escaleras de subida, la escritura de arcilla decía “sangre en vez de barro”, ninguno de los tres le dimos mucha atención, nuestros pensamientos relacionaban esto con el acto de algún gracioso, posiblemente alguno de los niños que habían hecho las huellas de sus manos. Al menos el suelo no estaba sucio, hasta había un montoncito de algo que parecía ser abono endurecido y que daba la impresión de que lo habían barrido y depositado en una parte de la habitación de manera cuidadosa dejándolo además bien aplanado. Nada más, subimos a la tercera planta con nuestras linternas con el mismo carácter miedoso que con el que habíamos subido a la segunda planta, miedo que luego mostraría ser más justificado de lo que podíamos pensar.
    La tercera planta era la planta más vacía de todas, no tenía objeto alguno salvo un par de tuberías que cruzaban la planta y un montón de abono aplanado. En las paredes habían varios graffitis también, esto nos dio más pruebas para reforzarnos en nuestro pensamiento de que las manitas y sobre todo el escrito en arcilla eran una mera chiquillada, de que ésta torre había sido visitada en más de una ocasión por meros jóvenes de mala calaña. Me puse a leer los graffitis: uno tenía escrito el nombre de Carlos, debajo de él estaba el símbolo de multiplicar y luego una interrogación; a la derecha de éste graffiti había otro con la misma estructura pero con el nombre de David en vez de el de Carlos, ambos permanecían rodeados por un enorme corazón con el mismo verde chillón con el que estaban pintadas todas esas letras y signos. Otros dos graffitis hechos éstos con pintura de esmalte hacían alabanzas al franquismo pero el individuo que debió pintarlas debía tener tan poca lucidez mental que con simples cuatro palabras que escribió ya era suficiente como para no poder seguir fluidamente la frase que formaba a primera vista (y suerte de que era una frase tópica del franquismo y al poco de percibir lo que leías completabas lo que decía). En otra pared del piso, cerca de las tuberías, habían unas escalerillas verticales que llevaban por un estrecho tubo hasta arriba del todo, donde debía haber una especie de palomar. Exploramos un poco la zona y apuntamos con nuestras linternas hacia donde estaba el supuesto palomar, las escaleras daban impresión de ceder en cualquier momento y de hecho solo se sostenían por dos puntos desde arriba, pudiendo caerse fácilmente con el peso de una persona, bien lo comprobé yo primero y luego el amigo de mi primo al intentar escalar por allí, el tubo era además tan estrecho que de subir mi primo tendría que quedarse abajo ya que no cabía. De todas formas, cuando nos pusimos a comprobar el estado de las escalerillas estando medio metidos en el tubo, cada uno de nosotros pudo comprobar el nauseabundo olor que venía de arriba, un olor que parecía ser una mezcla de corral de pollo y algo más fuerte y repugnante aún, como a carne podrida. Nuestro olfato nos ayudó a dejar de lado el decidir subir a ver qué era realmente ese cuarto oscuro y apartado que había en lo más alto de la solitaria torre.
    La exploración estaba acabada entonces, me acerqué a la ventana que daba hacia la planicie de huertos a mirar la bonita y menguante luna naranja que estaba siendo tapada por unas espesas nubes que traían consigo rayos amarillentos y una consiguiente tormenta. Nos pusimos a hablar, era todavía muy pronto –solo eran las doce y media, muy pronto siendo un sábado por la noche- y discutíamos sobre qué hacer una vez terminada la visita; iluminó entonces el cielo el fuerte destello de otro relámpago, tan fuerte era que iluminó la habitación sin necesidad de las linternas que portábamos. Volvimos a hablar, pero ésta vez de la tormenta que se iba a avecinar inevitablemente, durante la charla les invité a mi primo y su amigo a mirar la ventana que había estado mirando antes y esperar allí a que algún que otro rayo cruzase el cielo pues la tormenta prometía ser viva y violenta. Mi primo y yo nos quedamos mirando mientras que su amigo permanecía cerca de él hablándole. Comenzamos a parlotear allí de lo oscuro que se veía la tierra desde aquí arriba frente al cielo, iluminado por una luminosa luna menguante a medio tapar y algunas que otras estrellas al noreste. En un momento de la charla encendí mi linterna y la proyecté hacia el suelo, fue entonces cuando tanto mi primo como yo nos llevamos una extrañeza que nos encogería el corazón de miedo: en cuanto moví la linterna por la maleza y unos pedazos de sofá me pareció ver “algo” que movía un cabello largo, era negruzco y sucio con una pierna y un brazo grises moviéndose medio ocultado entre la espesa hierba, juraría además que brilló a la luz un ojo de ese ser. Al principio quedé extrañado, creyendo que se trataba de un espejismo de mi mente, pero a la milésima que mi primo me preguntó que qué había sido eso que se había movido entre la hierba me quedé asustado sin posibilidad de tranquilizarme, pues no había sido una imaginación mía. Pero he aquí lo más raro de todo, si yo había visto algo de color grisáceo parduzco parecido a una bola con extremidades que en un abrir y cerrar de ojos desapareció de la zona iluminada por mi linterna, mi primo lo que decía haber visto era un ser fino, mejor dicho, un par de líneas lisas y finas moviéndose en la misma armonía que lo harían dos piernas pero unidas en punta y arriba…nada más, solo dos líneas sinuosas, grises, meneándose y abriéndose paso entre la maleza seca. Rápidamente volví el foco hacia atrás dejando proyectar el interior de la habitación. El amigo de mi primo, extrañado por nuestra repentina impresión, encendió la suya y la apuntó para ver si veía algo en el campo (él no había visto nada ya que ni siquiera estaba mirando), proyectó de izquierda a derecha con su potente y fina linterna pero no vimos nada raro ahora. Nos retiramos a la habitación y nos pusimos a discutir sobre qué podía haber sido eso, con el miedo latente a salir afuera de mi primo y mío. Debido a la discusión que tuvimos mi primo y yo sobre lo que habíamos visto y lo dispares que eran nuestras descripciones el amigo de mi familiar en seguida nos tomó por mentirosos, en especial hacia mí, dado a que no soy bueno en explicarme ni en ganar confianza hacia los demás de mis versiones.
   Al poco rato al ruido de los lejanos truenos y de los grillos se unió un ruido proveniente del palomar. Era un ruido constante, que sonaba cada cinco segundos. Yo en principio comencé a pensar que debía de ser alguna gotera de allá arriba pero no era muy lógico debido a que todavía no llovía y además hacía un mes de la última vez que cayó gota alguna del cielo, luego no podía haber tampoco nada encharcado; las tuberías además seguramente estaban vacías de agua debido al largo tiempo que llevaba abandonada la torre. Al poco rato el sonido a goteo me sonaba más a unas pisadas, sobre todo cuando percibimos de que la posición del sonido se trasladaba y se movía de un lugar para otro por allí arriba.
   -¡Vámonos de aquí! –dijo mi primo algo cansado ya de la exploración- ¡Ya es suficiente!
  Y bajamos, ninguno de los otros dos allí presentes rechistamos su petición. Fue al bajar a la segunda planta cuando nos encontramos con otra extrañeza, el abono había sido removido dibujando una equis con el hueco creado al esparcir el abono, y al lado apoyado en una pared estaba una de las maderas de la primera planta o de la entrada, no sabría decirlo de cuál; pero bien teníamos todos el recuerdo de que en ésta planta solo estaba el montoncito de abono y el lavabo –como había descrito antes- y nada más ¿Cómo había llegado el palo hasta aquí? ¿y quién ha hecho la equis en el abono mientras estábamos nosotros tres en el piso de encima? Lo más increíble es que no habíamos oído absolutamente nada, y eso que la zona permanecía completamente silenciosa. Nos estábamos inquietando cada vez más, no nos era muy cómodo que hubiese alguien entre nosotros y que no diese la cara. Comenzaba a pensar en cosas poco realistas y en algunas películas llenas de criaturas terroríficas y la tensión en los tres se respiraba sin que ninguno lográsemos disimularla.
   -Esto no estaba así –dijo el amigo de mi primo- ¡Eh! ¡Vámonos! ¡Ya está bien!
  Nuestros pasos eran ligeros, no corríamos ya que teníamos hasta miedo del ruido que producíamos. Bajamos las escaleras conmigo llevando la delantera, mi primo detrás de mí y su amigo detrás del todo. La siguiente planta la pasamos sin ver nada raro, demasiadas cosas –y demasiadas ganas de salir de la torre también- habían allí como para comprobar si alguna astilla se había movido de su sitio.
   Las escaleras para ir a la planta de abajo las pasamos chocándonos el uno contra el otro, el de delante no tenía ganas de bajar y el de atrás quería bajar cuanto antes. A empujones llegamos hasta la sucia planta baja y, efectivamente, tal como habíamos sospechado al principio la puerta se había cerrado. Mi primo entonces juró entre dientes. Nos pusimos a zarandear como locos nuestras linternas por todo el cuarto para comprobar que no había nadie, miramos por el techo, por el suelo, por cada rincón y hasta levantamos algún tablón para ver si había alguien aquí escondido, un tablón que por cierto no superaba los treinta centímetros de ancho. Entre el miedo también empecé a percibir cierta rabia por la paciencia vacía ante lo que nos estaba sucediendo.
  ¿Y si hay alguien fuera, tras la puerta? –preguntó el amigo de mi primo-
   No sé...-dijo mi primo al tiempo que cogía una tabla para llevarla como arma-
  Yo decidí comprobar si la puerta estaba cerrada con llave, al ver que se abría paré repentinamente, tenía miedo de que al otro lado nos topásemos con algo poco agradable. Al ver que mi primo y su amigo me miraban expectantes a que abriera la puerta dirigí mi mano nuevamente al pomo roto y la abrí en ésta ocasión de manera decidida y fuerte, chirrió la puerta sonoramente haciendo un ruido bien molesto. Apunté velozmente la linterna al exterior para iluminarlo, meneé el aparato de izquierda a derecha como si tuviera una crisis nerviosa. Pero afuera no parecía haber nada, solo los altos hierbajos y el cielo encapotado de color anaranjado por las luces del pueblo ¡qué poco nos atrevíamos a salir! Me acuerdo que parecíamos pelearnos con la mirada para ver quién era el primero en poner el pie en la negra tierra y luego como me colaba rápidamente para ponerme como segundo en la fila, para así quedar el amigo de mi primo último en abandonar la escalofriante torre a la que habíamos entrado.
  Estuve por intentar desviar el grupo hacia la derecha para evitar pasar por donde debía estar lo que habíamos visto desde la torre, pero hacia la derecha lo único que habían eran unos impenetrables zarzales que terminaban en una pared vertical unos cien metros más allá de donde estábamos, el único camino era volver por donde habíamos venido y arriesgarse a cruzar por donde debía estar “eso”.
  Mientras íbamos por la maleza hasta llegar de nuevo al camino, recorría por mi cuerpo un escalofrío que me dejaba con la sensación de que nos estaban observando ojos invisibles escondidos entre los impenetrables matojos; algo, no sé el qué, que en cualquier momento saldría de entre la oscuridad y se nos echaría hacia nosotros con fuerza y saña. Los pasos rápidos de mis dos compañeros de la noche me empujaban a aumentar mi velocidad para no separarme de ellos. Finalmente llegamos al camino, ahí relajamos un poco nuestra marcha en vista de que no parecía moverse nada raro; pero la reformada tranquilidad duró un segundo cuando de los hierbajos que habíamos dejado atrás se oyeron fuertes pasos que venían hacia nosotros. Fue entonces cuando salimos corriendo presos de pánico. Corríamos en la oscuridad intentando alcanzar cuanto antes la calle iluminada de mi casa, nuestra inteligencia parecía haberse desvanecido en instinto de poder salvar nuestras vidas ante un verdadero peligro. Al poco de nuestra huída miré hacia atrás y me pareció ver una silueta negra y redondeada avanzar de manera rápida hacia nosotros, el amigo de mi primo había dejado caer su linterna encendida proyectando su luz hacia una exuberante higuera, pude ver como una pierna grisácea y un brazo, pisando la tierra como si funcionara como otra pierna, pasaron por la fina región iluminada por la azulada luz azul de la linterna. Corrimos y corrimos, yo oía a mis dos acompañantes respirar por la boca pisando el suelo con sus veloces piernas. No nos detuvimos hasta bien entrados en la calle, dejando una buena distancia entre nosotros y la oscuridad del campo, mirábamos el lugar de donde habíamos aparecido como si esperásemos que se nos revelase aquello que nos perseguía, observábamos la oscuridad como si fuesen las mismas fauces de un lobo a punto de echársenos encima, yo con los dientes mostrándose en una mueca de tensión. Pero nada llegó. Los pasos de detrás de nosotros habían cesado y nada surgía de la oscuridad; no importaba, no estábamos como para dar la bienvenida a lo que fuese que nos estaba persiguiendo, así que rápidamente recobramos el aliento y subimos a mi casa, la calle estaba además completamente desierta de gente, poca seguridad transmitía algo tan vacío de vida.
   Ya en mi casa reflexionamos mejor qué podía haber sido y tratamos de volver a poner nuestros pies en la tierra tras una constante sesión de sucesos fuera de lo común.
   -¡Dios mío! –dijo el amigo de mi primo- ¿Pero qué ha sido eso? ¿qué podrá haber sido?
  -¡Madre mía! –habló mi primo mirándome- ¡Yo no lo puedo creer! ¿Pero qué hay allí?
  -No lo sé –dije-, pero yo ahora no vuelvo.
  -¿Habéis visto cómo era? –dijo otra vez el amigo del primo- Era...¡era cómo una bola!
  -Pero tenía piernas...-dije yo-
  -¿Y si fuese alguien? –dijo mi primo como si estuviera recuperado del miedo- ¡Seguro que era alguien!
 Mi primo parecía tener ansias de volver a la torre, pero yo no estaba dispuesto a seguirle así que intenté persuadirle a él y a su amigo, que aunque no estuviese seguro de qué pensaba él bien sabía que cuando mi primo suele desear algo el amigo lo sigue a continuación.
  -No –dije- ¿Y por qué nos iban a gastar esa broma? ¿A nosotros?
  -Pues no sé –dijo el primo-.
  -¡Eh! –dijo ahora el amigo de mi primo, tan previsible como siempre- ¡yo creo que de hecho eran varios que querían asustarnos! vi varias piernas y los brazos...
  -¿No crees que se movía un poco raro? –le dije al amigo de mi primo algo enojado- ¿Por qué se movía con un brazo usándolo como pierna? ¡Y no he visto el otro!
  -Yo no he visto eso –dijo ahora éste chico- ¡He visto como a dos personas!¡De verdad!.
  -¡Eh! Que seguro que habrá sido alguien de las casas de campo de alrededor –dijo ahora mi primo-…
 Me daba igual si había sido obra de alguien de alguna casa de campo cercana o de quien fuera, solo sabía que por hoy había tenido suficiente y no tenía más ganas de retornar al campo, por esa noche era suficiente.
   -Si tantas ganas tenéis de seguir –continúe intentando convencerles de alguna manera desesperada- ¿por qué no nos vamos ahora a nuestro siguiente destino, a la fábrica?
   -No... –dijo el amigo de mi primo- no tengo ganas...
   -Yo tampoco quiero ir... –habló también mi primo-.
  Lo cierto es que a mí también se me habían pasado las ganas de ir a otro edificio ruinoso y oscuro. La susodicha fábrica era el destino posterior a la exploración de la torre, pero la fábrica al estar en el corazón del pueblo y con una entrada difícil requería de al menos pasar a altas horas de la madrugada, cuando no hubiese nadie en sus poco transitadas callejuelas. Por otro lado la fábrica ya la había visitado antes y últimamente me estaba replanteando volver allí por motivos muy personales, motivos que rebotaban en mi conciencia empujándome a ir allí otra vez y que ni mi primo ni su amigo lograban entender. Finalmente caí rendido por la tensión. Algo alterado, me puse a hablarles.
   -Pues entonces vámonos a casa de la abuela –les dije alterado- ¿Tampoco queréis ir?
   -Hagamos algo más antes –dijo el amigo de mi primo hablándole a su amistad-.
   -Anda, vamos a casa de mi abuela –les dije con pocas ganas de discutir ya nada-.
   Y al final acabamos aquella noche durmiendo en la casa de nuestra abuela, fatigados tras un rato temblando en la oscuridad. Lo cierto es que la aparición en la torre me dejó con mucha más intriga de esa zona. Y había pasado cuatro años atrás por la torre para fotografiarla de cerca, no llegué a entrar dentro pero me quedé justo a la puerta, de día el sitio no cambia mucho ciertamente, es igual de triste y abandonado.
   Cualquier persona que utilice algo de sentido común podría pensar que cada una de las extravagancias que percibí aquella noche tendría su explicación pero me atrevo a decir que pocas son las personas que pueden mantener el latido de su corazón relajado y la mente razonable cuando están rodeados en la oscuridad, en un edificio abandonado y donde llevabas una extraña sensación de que te estaban observando. Yo por mi parte aunque intente razonar todo lo posible no paro de pensar en lo sobrenatural de aquella noche y mucho más del terror que pasé. Éstos sucesos cada vez más me llevan a la sensación de que éste pueblo tiene un encanto que lo rodea, lo empiezo a ver como un lugar embrujado, que a pesar de que se ha consumido en la industria y en la modernidad como todas tiene un halo de monstruosidad que mora en las zonas más desoladas del pueblo. No es el único suceso raro con el que me he topado en ésta región, y eso ha consolidado más éstas sensaciones que tengo, de inseguridad, de extrañeza pero al mismo tiempo, de un extravagante orgullo por que sea una zona tan misteriosa y apartada, consolidando que nadie se dé cuenta de lo que se guarda realmente impidiendo así que acabe cual muestra de feria como muchos otros lugares transformados en destinos turísticos sin espíritu ni belleza alguna.

Wednesday, 20 June 2012

Proyecto La Guerra de los Mundos-Capítulo 2

 Para quien siga el proyecto que quiero llevar a cabo, aquí dejo el siguiente capítulo del primer libro (¡buf! solo de pensar el esfuerzo me echa para atrás):

   2.EL METEORO.
    Y llegó la noche en que cayeron los primeros meteoros. Uno de ellos pasó sobre Navacerrada, en dirección a Oriente, una línea llameante en descenso. La contemplaron centenares de personas que la creyeron como una estrella fugaz; pudo ser vista en Castilla y León, en Castilla La Mancha, en Galicia y en el norte de Portugal. Yo estaba durmiendo profundamente en casa a esa hora, la ventana de la habitación daba vista hacia el oeste, hacia las colinas y verdes bosques de la Meseta y de Quijorna, más allá de la calle de casas que hay entre la mía y el campo; nada vi del fenómeno más extraño en mucho tiempo. Algunos dicen que cuando pasó a unos pocos kilómetros de tierra empezó a producir un extraño silbido. Pese a que me perdí vislumbrar el proyectil bien que lo sentí cuando éste tocó tierra, pues produjo un temblor que duró 5 segundos; mi esposa se levantó de repente, levantándome a mí también, muchos otros vecinos también sintieron el temblor, pero tras una hora sin volver a ocurrir nada conseguí convencer a mi esposa de volver a dormir.
       Pero no todos se quedaron tan indiferentes aquella madrugada. El pobre Ramón había presenciado aquella estrella. Vió desde Villanueva de la Cañada como desaparecía en la llanada que había entre Brunete y El Palancar.
    Ahí estaba, alrededor de un agujero enorme, con la tierra salpicada a su alrededor hasta llegar a dos kilómetros de distancia, había llegado incluso a una carretera que conduce de Brunete hasta Boadilla del Monte en línea recta. Ardían los secos matorrales y las chispas de los cables de tensión arrancados saltaban de cuando en cuando.
     La Cosa yacía, casi del todo enterrada, pero la parte descubierta era colosal. El diámetro de aquello medía entre 25 a 30 metros. Ramón bajó del coche, se acercó hipnotizado por esa cosa que permanecía incandescente en medio del campo.
    Pronto oyó ruídos proviniendo de dentro. La extraña forma le hizo pasar por la mente de que eso igual no era natural pero su cabeza estaba muy abarrotada de pensamientos en ese momento como para llevar esa idea a su credulidad.
   Un ruído enorme se oyó cuando una parte de tierra quemada que había en lo alto de aquel cilindro cayó al suelo. Fue entonces cuando vió las luces de otro coche acercarse al lugar proveniente del Palancar. Del coche salieron dos hombres, vecinos de la urbanización despertados por el impacto.
        -¡¿Pero qué ha pasado aquí?!– exclamó uno.
        -¡Dios mío! ¿Qué es?- dijo el otro mientras se ponían al lado de Ramón, éste veía como el techo circular del cilindro comenzó a girar, era un giro muy lento que solo lo notó porque un pedazo de tierra quemada se hallaba 5 minutos antes en otra posición.
     Un chillido sordo surgió y estremeció a las tres personas, y la tapa del cilindro empezó a moverse más deprisa.
      Ramón exclamó entonces:
       -¡Dios mío! ¡Hay alguien encerrado allí, medio asado, que trata de salir!-
     Los 3 hombres olvidaron la sorpresa y bajaron por el cráter hacia el cilindro pero el calor, cada vez en aumento a medida que se acercaban, los detuvo antes de que se abrasasen. Fue entonces cuando Ramón dijo a los otros dos hombres que fueran a pedir ayuda mientras él iba a informar de lo que había caído.
     Treparon por el foso, se dividieron y cada uno tomó su coche. Ramón tomó dirección hacia Brunete. Eran las 6 y el sol comenzaba a asomar en el cielo. Mientras conducía cogió el móvil y empezó a llamar a numerosos contactos. Tras llamar a 5 personas, ya en Brunete tomó dirección hacia la casa donde vivía un amigo suyo periodista llamado Héctor, éste estaba durmiendo pero el constante llamar de Ramón le hizo despertar.
    Enfadado y con ganas de explicaciones, Héctor le abrió la puerta y antes de hablar Ramón saltó:
          -¡Héctor! –gritó- ¿has visto el meteorito de ésta noche?
          -¡No! Pero sí he oído hablar de… -dijo Héctor sin poder terminar.
          -Bueno, pues ahora está en la carretera que lleva hacia La Raya del Palancar.
          -¿Cómo?
          -¡Más además! ¡Es un cilindro! ¡Un cilindro perfecto! ¡artificial! ¡y hay alguien dentro!
       El periodista empezó a cambiar su rostro de enfado a uno de curiosidad, se puso su aparato contra la sordera para oir mejor el relato (Héctor era sordo de un oído).
      Tras la charla Héctor quedó perplejo. Corrió a su casa para vestirse y tomar camino hacia la llanada, Héctor llevaba su móvil en la mano por si hubiese que informar de la exclusiva. Llegaron, el cilindro se mantenía donde cayó, los ruidos interiores habían cesado, lo único que se oía era el aire quemado silbando alrededor del cilindro.
     Tiraron una piedra al cilindro para dar cuenta a los que habían dentro de que alguien estaba fuera, pero no hubo respuesta.
      Trataron entonces de dar ánimos a los que habían dentro, pensando que estaban intentando salir desesperadamente. Volvieron al coche y Héctor se puso a llamar como loco a varias personas desde su móvil.
       A las 8 de la mañana comenzaron a llegar curiosos para ver lo que les había despertado de madrugada. Precisamente, Ramón me llamó por móvil a esa hora para decirme lo que había pasado (cogí el móvil muy enfadado porque entre el temblor y las llamadas no iba a poder dormir bien). Tras esto, un cuarto de hora después, volvieron a llamarme, ésta vez de la editorial para la revista que trabajaba diciéndome que olvidase el artículo que debía hacer sobre las lunas jupiterianas y saliese a realizar uno sobre “lo que había caído al lado de mi pueblo”.
    Tras lo cual desayuné rápido y cogí raudo la bicicleta hacia el campo. No se me ocurrió la idea de encender la televisión para ver si decían algo.

Saturday, 16 June 2012

Proyecto La Guerra de los Mundos-Capítulo.1

Subo el "guión" del primer capítulo del proyecto. Para llevar a cabo la novela gráfica, lo primero que he hecho ha sido reescribir la novela original, adaptarla a la época actual, al lugar donde se desarrolla y a destacar la sociedad presente. De ésta manera estoy buscando una obra que tenga la fidelidad del libro pero que a la vez tenga sus diferencias sin que esto suponga su pérdida de espíritu. La cita de Karl Marx tiene que ver con la filosofía que pretendo mostrar durante el libro (aunque no es la única):




LA GUERRA DE LOS MUNDOS


LIBRO 1: LA LLEGADA DE LOS MARCIANOS


    “El hombre es el ser supremo para el hombre”.
      Karl Marx



1.- LA VÍSPERA DE LA GUERRA

Nadie hubiera creído bien entrados en el siglo XXI que la humanidad estuviese siendo observada por inteligencias superiores a éste de la misma manera que una persona mira a los microbios desde un microscopio, nadie se tomaba en serio el hecho de la vida más allá de éste mundo, era más un tema de entretenimiento que de estudio serio y preocupante.
    Seguros de dominar todo aquello que pisaban, el ser humano iba de un lugar para otro de manera masificada por todas partes, por tierra, mar y aire, sin dejar ni un lugar deshabitado en la Tierra. Dominaban, seguros de ello, el mundo. Sin embargo, a través del vacío del espacio, pero en los lugares más insospechados, dados por desolados; inteligencias que veían la nuestra de la misma manera que nosotros vemos la inteligencia de un animal de ganado; inteligencias vastas, frías e implacables, contemplaban esta tierra con ojos envidiosos y con lentitud, pero con seguridad, trazaban planes de conquista.
      El hombre, tan seguro de sus teorías científicas nunca llegaba a imaginar como en otros lugares del Sistema Solar, tan bien conocidos que los tenemos, pudiese albergar vida en atmósferas nocivas para la misma. Fue del planeta Marte, lugar descartado para tener actualmente vida, de donde se mostró de una manera tan violenta y triste, la existencia de vida superior incluso a la nuestra. Marte, planeta de atmósfera venenosa, con temperaturas que nunca superan los 0º, y donde solo hay un desierto de hierro oxidado; había sido comprobado de todas maneras, incluso enviando sondas hasta allá, de que no había vida alguna. Nos equivocamos. Bajo tierra, se hallaban kilómetros y kilómetros de ciudades que mediante tecnología increíble permitían la subsistencia de seres vivos. Todo esto se descubrió demasiado tarde.
      Nosotros, los hombres, debíamos serles para éstas criaturas tan poca cosa como nosotros miramos hacia las vacas de ganado. Por lo visto los habitantes de Marte debían estar ante una situación tan desesperada que se prepararon para la guerra y la enviaron a La Tierra.
      Pero antes de comportarnos como jueces y describirlos con excesivo odio debemos recordar y mirarnos a nosotros mismos, seres que hemos matado cruelmente, enviando a la extinción a miles de especies, mermando tierras fértiles, bosques llenos de vida transformados en desiertos de cemento; animales matados, no por la necesidad de comer, sino por simple diversión de matar; tenemos incluso verdaderas masacres justificadas simplemente porque son una tradición cultural. Últimamente más que nunca hemos hecho tanta calamidad a otros seres vivos como lo podían hacer los marcianos. Incluso hemos llegado a matarnos a nosotros mismos, como idiotas, por motivos tan estúpidos como la raza ó el estatus, nos hemos peleado por intereses y avaricias repugnantes de egocentricidad, con nuestra arrogancia siempre por delante, hemos provocado guerras por intereses en nuestra satisfacción y beneficio. Y a pesar de que muchos de nosotros no seamos unos asesinos, tenemos una actitud individualista y egoísta, nos tratamos como objetos de usar y tirar, como cifras numéricas insensibles, como una masa descerebrada que poco a poco nos transforma en monstruos. ¿Somos merecedores de criticarlos porque actuaron sobre nosotros como nosotros solemos actuar contra el resto de especies? 
     Hace ahora un año que la tragedia  cayó sobre el mundo. Marte no estaba en la posición más cercana con La Tierra, eso ocurrió en 2003 y tardaría 3 siglos en volver a estar tan cerca, nadie sospecharía y la observación al planeta es más compleja. Pero su despegue del planeta se hizo conocer. Yo además fui uno de los privilegiados en ver, en directo, como de Marte surgían los objetos que tanta calamidad traerían. Tuve suerte de tener un amigo astrónomo, que conocí en una entrevista, el cual me invitó la noche en la que se produjeron las primeras señales desde Marte, ya de paso, tomaría apuntes para el artículo que debía escribir.
      Conservo el recuerdo de aquella noche: el observatorio de Yebes estaba oscuro y silencioso, tan solo una linterna nos iluminaba junto con un ordenador, el único sonido era el débil ruido que hace un ordenador cuando por él pasa la electricidad, Ramón Barbero (que así se llamaba mi amigo astrónomo) se movía inquieto por lo que acababa de ver. Me invitó entonces a echarle un ojo al telescopio, precisamente, estaba éste aparato mirando a Marte porque se lo había pedido. Ahí estaba esa pequeña bolita luminiscente ¡tan poca cosa era! parecía que temblaba pero era el mecanismo del telescopio lo que temblaba.
      Al observarla, veía otros tres pequeños puntos luminosos, lejanas estrallas que se encontrarían a años luz de aquí. Invisible para mí, no me percaté que venía la Cosa que nos enviaban, recorriendo cada segundo miles de kilómetros, una Cosa que nos traía a La Tierra tanta muerte y desgracia. No pensaba en ella al tiempo de observar, de hecho Ramón me había dicho que parecía un asteroide inofensivo.
      Hubo también aquella noche otro estallido de gas en Marte proveniente de algún enorme aparato que eyectaba esas Cosas hacia aquí. Yo lo vi. Fue un rojizo relámpago en el borde; se lo dije a Ramón y se colocó en mi puesto. Era una noche muy calurosa, cogía tambaleándome una botella de agua bien fresca mientras Ramón exclamaba al contemplar las irregularidades que estaban sucediendo en ese desolado planeta.
      Al día siguiente, después de la primera marea de gas en Marte, otra explosión similar sucedía, lanzando algo hacia La Tierra. Recuerdo que al sentarme otra vez veía como el planeta rojo se me hacía verlo de color verde. Ramón se quedo observando hasta las dos de la mañana. Decidimos volver a su casa. Por debajo de nosotros se extendían el pueblo de Yebes y otros más iluminados en naranja y silenciosos, donde miles de personas dormían en paz.
      Ramón me hablaba en el coche en exceso. Dijo que igual eran asteroides provenientes del cinturón que hay entre Júpiter y Marte y que a lo mejor alguno se habría chocado contra Marte, expulsando material a su atmósfera.
  -A lo mejor son los marcianitos –dije yo bromeando-.
Se rió cuando bromeé de ello.
   Ni por asomo podía haber nada de vida allí -dijo después de reir-. Ya sabemos de sobra que no hay nada…ese fenómeno ha debido de ser alguna piedra…
      No fuimos los únicos, por supuesto en todo el mundo los observatorios vieron aquellas explosiones en Marte, y al día siguiente igual, y al siguiente, y así hasta diez noches. Los disparos explosivos eran tan violentos que tras la décima oleada, el planeta Marte quedó envuelto en una capa de nubes verdes que quitó su color rojo. Vi esto en las noticias, pues fue una noticia realmente excéntrica.
      De todas formas, nadie decía que esto era producto de alguna especie que habitaba allí, todo lo deducían a fenómenos naturales. La vida extraterrestre era un tema que nunca se había tomado realmente en serio. Sí, se han hecho infinidad de libros y películas sobre ello pero no era un tema atractivo para alguien serio en la ciencia, la sociedad encajaba a los aficionados a los extraterrestres muchas veces dentro de ese grupo social aficionado a la ciencia ficción. No era un tema preocupante y era ajeno a las verdaderas luchas de la sociedad, desde luego, esto luego dio un giro enorme.
      La noche del décimo disparo estaba tranquilo tumbado en la hamaca al lado de mi esposa, mirando la noche estrellada de aquel cálido mes de mayo. Todo parecía seguro y tranquilo.