Segunda historia de una serie a la que nombro como "historias fantasiosas". Éste es el segundo relato que terminé en verano, pero por algún motivo no lo he llegado a subir hasta la Navidad (el mantenerlos frescos hace madurar las palabras escritas, supongo):
El suceso
que ahora concierne sucedió en la niñez, pero por ello no quiere decir que sea
una historia infantil ni mucho menos ¿a caso ha habido algún niño que no haya
tenido alguna experiencia inconcebible a su edad? No todas las experiencias
infantiles son alegres ni todas son dulces, a veces son trágicamente adultas.
En el casco antiguo de mi pueblo,
cerca de su corazón, permanece en pie una fábrica completamente descuidada y
apagada de vida. Antaño fue una de las principales fuentes de ingresos del
pueblo pero sería el negocio trasladado a un nuevo edificio, quedando éste
desusado. Actualmente el enorme espacio que dejaron las máquinas en la planta
baja está habilitado como garaje, mi madre de hecho pagaba una plaza de garaje
para su coche hace años. El lugar está hecho una pena, con paredes llenas de
moho y suciedad, con balcones y ventanas de madera podrida y debilitada, y la
pintura que protegía sus fachadas se cae a trozos. Las calles que rodean la
fábrica son estrechas, de piedra gris sin aplanar y de trazado irregular,
propias del diseño urbanístico rural anterior a la aparición del automóvil.
Dicha fábrica ha tenido popularidad debido a que antaño dio de comer a muchas
familias del pueblo en una época donde la riqueza se repartía de manera
tremendamente irregular e injusta. La popularidad de la empresa se debe también
al infame carácter del propietario de aquella época, se dice que éste hombre y
su pasiva familia cogían ojeriza a trabajadores que incluso simplemente “no les
caía bien” –el pueblo no era muy grande, los vecinos y familias se conocían muy
bien entonces y surgían tanto amistades como enemistades por cada calle-. El
empresario los trataba con actitud cruel y explotadora, obligando trabajar de
sol a sol a algunos pobres desgraciados; los parlanchines más exagerados y
frívolos dicen que hasta incluso llegó a asesinar fríamente a algún trabajador
incompetente resguardado en los muros de la gran factoría. Nada de esto tiene
por qué ser verdad, todas éstas negras historias han surgido desde los relatos
de bocas enemistadas contra la rica familia, presionando la posibilidad de que
sean solo rumores para injuriar a ésta familia ostentosa.
Hace nueve años
tenía un amigo cuyos abuelos vivían en una casa pegada literalmente a la
fábrica; el acceso a ella por su casa era tan simple como abrir una ventana y estar
ya pisando en un patio de la fabrica. Y fue una vez cuando éste amigo decidió
enseñarme todo éste enorme edificio muerto.
Recuerdo aquel día
a pesar del tiempo que ha pasado ¡cómo no olvidarlo! Si no recuerdo mal debía
ser finales de abril o el mes de mayo...aunque tampoco descarto que hubiese
sido en el mes de marzo. Aprovechando que sus abuelos estaban ausentes, mi
amigo abrió la ventana del salón para “enseñarme algo”. Fue entonces cuando me
di cuenta que la fábrica y la casa de los parientes de éste chico estaban
prácticamente unidas. Como dije antes, salimos directamente a un patio, en
dicho patio había una caja de plástico para fruta colocada en la pared para
facilitar la escalada hasta el techo de la fábrica –la caja seguramente la
había puesto éste amigo mío-. Frente a nosotros había una entrada sin puerta y
una ventana sin cristales de la fábrica, pudimos entrar por allí pero decidimos
subir por la caja y un gordo tornillo salido para comenzar a explorar por el
tejado de la nave. El tejado era propio de una industria, con sus medio
cilindros sobresaliendo de las zonas planas y hecho de un resistente hormigón,
no obstante habían varias líneas de planchas de plástico ondulado que recubría
el tejado y que pisar por ellos suponía ceder y caer desde una altura de unos
diez metros al interior de la nave.
Estuvimos un rato
allí hablando sobre éste lugar, le comenté entre otras cosas que mi madre antes
aparcaba en ésta fábrica. Tras lo cual nos fuimos moviendo por el tejado, hacia
el final había un agujero por el que fácilmente caería una persona
desprevenida, miramos por el agujero y me fijé que justamente daba al espacio
por el que aparcaba el coche mi madre, con otro coche ahora sustituyendo la
plaza. Tuve la tentación vandálica de tirar una roca enorme al agujero para que
cayese sobre la furgoneta que había aparcada y disfrutar de su destrozo, pero
al final me contuve. A pesar de ello sí que me puse a tirar piedras a toda la
serie de cristaleras de la factoría que habían a mi vista, pensando en que no
pasaba nada al romper algo que ya de por sí ya estaba “roto”; no dejé ni una
ventana sana.
Le hablé luego a
mi amigo de adentrarnos al interior de la fábrica para ver qué había, y así ya
de paso evitar las miradas vigilantes de más de algún que otro vecino que se
habría asomado desde su ventana para comprobar qué era ese ruído a cristal
rompiéndose. Para entrar nos agarramos a un poste eléctrico de hierro oxidado y
sin cables, apoyábamos las piernas a la pared y luego como si estuviésemos
andando en vertical dirigíamos nuestras piernas hasta un balcón sin balaustrada
y casi inexistente, parecía que habían
hecho un agujero a pica en la pared y que el balcón era más bien un enorme
hueco. Otra cosa que confirmaba que ahí hubo un balcón es que justo al lado
había otro balcón, éste entero pero sin cristales –los acababa yo de destrozar-
ni ventanal y claro, las fachadas normalmente han requerido cierta simetría. De
todas formas, gracias al boquete el comedor-cocina quedaba agradablemente
iluminado.
Llegamos dentro,
nos encontrábamos ahora mismo en la segunda planta, en una especie de cocina
unida a un comedor, o al menos esa sensación me daban los diferentes muebles
(entre ellos una nevera vieja) y las paredes embaldosadas de azul blanquecino.
Del suelo no podía decir mucho pues estaba todo completamente tapado por los
escombros. Habían también varias huellas de reciente actividad como algunas
latas vacías y hasta una manzana sin pudrir, esto último dejaba claro que hacía
demasiado poco que alguien había estado aquí. Dejamos aquel ruinoso comedor y
nos adentramos aún más al interior del decrépito edificio; ahora aparecimos en
el vestíbulo donde la iluminación era más tenue, con una pared pintada de verde
que nada ayudaba a la iluminación del lugar, las principales escaleras
conducían hacia abajo y a nuestra derecha quedaban otras escaleras más
humildes. Por la estructura del edificio coincidimos en que hacia arriba habría
menos zona por explorar que hacia abajo, donde seguramente quedaban muchas
salas por ver. Antes de subir desahogué mi deseo destructivo arrojando una
piedra al farolillo que había colgado al techo, al impactar la piedra saltaron
los cristales que hicieron un fuerte ruido y el gracioso de mi amigo se puso a
aplaudirme de manera sarcástica.
Fuimos por las
escaleras que conducían a la única planta que estaba encima de nosotros: el
ático. Recuerdo que el ático era un lugar pequeño pero oscuro, con grietas de
diferentes tamaños que iluminaban vagamente la habitación, si acaso de donde
más entraba la luz era de abajo, de donde habíamos venido. Recuerdo también que
en ésta polvorienta buhardilla predominaban los objetos de madera y las
telarañas. Y sobre todo recuerdo unos elementos que habían en el suelo un tanto
extravagantes por cómo estaban colocados, colocados además estratégicamente, se
trataban de una cruz cristiana de madera pulida puesta en el suelo rodeado de
un círculo, el círculo era de un color rojizo oscuro y juraría que debía estar
hecho de un líquido un tanto viscoso. En cuanto lo vio mi amigo cogió el
crucifijo.
-¡Ah! Así que aquí
hacían ritos satánicos ¿eh?- dijo bromeando en voz fanfarrona.
Y a continuación
tiró la cruz con fuerza por ahí.
No estuvimos mucho
rato más ahí y volvimos a bajar al vestíbulo de la segunda planta para bajar
las escaleras, así llegamos a la primera planta.
De la primera
planta me acuerdo que era una zona con más habitaciones que la segunda planta y
también que era un sitio bastante más oscuro, pues la luz llegaba solo por los
ventanales que había roto anteriormente y algunos tragaluces del pasillo. En
éste piso el ruido del exterior apenas era perceptible y el silencio era
sepulcral. No me acuerdo muy bien, pero creo que éste piso tenía un pasillo
central con varios cuartos a los lados, entre ellos habían unos baños con
urinario, duchas y hasta una bañera, todo ello inundado en escombros. Los baños
estaban al fondo a la derecha del pasillo y tenían una pared embaldosada de
color azul oscuro. Todas las habitaciones a mano derecha del pasillo, los baños
también, tenían unos tragaluces que comunicaban con la enorme y mejor iluminada
nave de la fábrica. No recuerdo aquí que hubiese ventana alguna para romper,
pero sí que recuerdo muchas piedras y paredes rotas. En una de las habitaciones
volvimos a aparecer en el patio por el que habíamos entrado al principio, ésta
habitación aún tenía algún mueble carcomido y astillado.
Una vez llegamos
al fondo del pasillo volvimos atrás para volver al vestíbulo y así bajar al
siguiente piso, a la planta baja. Pero fue al estar en las escaleras cuando
oímos unas voces provenientes de abajo. Las voces eran de dos hombres
seguramente, nuestro temor era más que nada a que nos descubriesen paseando por
una propiedad privada y que esto no les hiciese mucha gracia, así que nos
metimos otra vez por el pasillo hacia dentro y rezar porque no se acercasen.
Pasaron unos segundos, y al rato ya no oíamos más voces. Supusimos que
probablemente era el dueño de algún coche que había aparcado en la nave y que
estaba saliendo de la fábrica, si era así, no tenía por qué entrar a las
oficinas donde nosotros nos escondíamos sino salir por la puerta principal de
la nave, una puerta de color verde enorme que lleva directamente a la calle y
por la que entran los coches que tienen una plaza agenciada.
Recobramos el valor
y decidimos bajar por las estables escaleras hacia la planta baja. De ésta
planta recuerdo que tenía un plano parecido al de la primera planta, pero con
la enorme nave incluida. Justo donde estábamos habían varios caminos por los
que ir: a nuestra derecha estaba la puerta que daba a la calle de atrás, detrás
de nosotros se mostraba todo el pasillo de la planta baja oscurecido, hacia
delante quedaban unas escaleras que bajaban en forma de caracol hacia el
sótano, hablaré más tarde de lo que hallamos por aquí. Por de pronto decidimos
meternos por un pasillo estrecho que había a nuestra izquierda, el pasillo era
negro como el carbón y no se podía ver absolutamente nada hasta que de repente
volvimos a tener visibilidad y nosotros dos aparecimos en la nave.
La nave de la
fábrica era el área más grande de todas. La recuerdo tal y como era más por las
veces que mi madre aparcaba el coche allí que por el viaje que hicimos mi amigo
y yo. Iluminada por los enormes ventanales, allí se expandía un llano interno
de piedra fría con montañas de palés, basura de cartón y madera, rincones
oscuros y coches aparcados en sus respectivas plazas –que no venían a ser sino
un espacio imaginario reservado-, en total habrían unas doce “plazas” habilitadas
para coches; la luz del sol daba a la nave un color amarillento sucio debido al
polvo y porquería acumulados en los ventanales y en el edificio. No
recomendaría el paseo a alérgicos al polvo porque éste se respiraba por todas
partes debido a la acumulación que tenía.
Al ver que nos
hallábamos en una zona que todavía era transitada por alguna persona nos
volvimos a meter rápidamente por donde habíamos venido; sin embargo me quedé
con la curiosidad de visitar un despacho, que seguramente era el reservado para
el jefe de la empresa ya que tenía unas ventanas que dominaban toda la nave
–típico diseño para mantener observados a los trabajadores de la fábrica o para
muestrarios-, que estaba a la altura del primer piso pero incomunicado de él,
ya que la única forma de llegar hasta esa oficina era cruzando la nave por la
derecha y subir unas escaleras. Entramos al pasillo oscuro y volvimos a estar
otra vez en el vestíbulo de la planta baja, creo recordar que el suelo de ésta
zona eran unas baldosas de mármol de color rojo y blanco. Allí nos decantamos
por ir a la derecha a explorar toda la planta baja para después ir finalmente
al sótano. El pasillo de ésta planta era tan oscuro como el de la planta de
arriba ¡o incluso más! Llegó un momento, al fondo del todo, donde apenas podía
ver el rostro de mi compañero y la luz era un vago rayo luminoso similar a lo
que ves cuando estás en lo más profundo de un pozo. Fue al entrar en un
despacho del oscuro fondo donde sentí algo que acariciaba mi torso, algo se
deslizaba de delante hacia atrás en mí; pregunté a mí amigo qué estaba haciendo
y éste me respondió, pero su voz sonaba como si estuviera al menos a tres
metros de mí. Otra vez algo se deslizó entre mí, pero ésta vez entre las
piernas, asustado pensando que podía ser alguna serpiente o un nido de insectos
corrí hacia donde debía permanecer mi compañero de desventuras, tropecé con un
mueble sin detener la marcha y me detuve en el pasillo, donde aún permanecía
algo de luz.
¿Eh? ¿Qué pasa?
–me preguntó mi amigo, sonando su voz al lado de mí-.
Nada –dije, no
quería parecer asustado-.
Estando en lo más
hondo de ese pasillo, nuevamente algo paso por entre nuestras piernas, parecían
varias culebras zigzagueando plácidamente por ellas; mi amigo también las notó
pues le oí mover las piernas como si estuviese aplastando cucarachas.
-¡Eh! ¿Qué hay
aquí?- decía mientras se movía nerviosamente.
A paso ligero, yo
más bien corriendo, retornamos hasta el vestíbulo donde la luz hacía el sitio
medianamente visible. Me registré los pantalones y me comprobé las piernas para
ver si tenía algún insecto caminando por ahí, aunque no parecía que tuviese
nada en ninguna parte después de asegurarme de ello. Me rasqué apresurado la
camiseta al notar que algo se movía cosquilleándome la tripa pero resultaba ser
una gota de sudor que se deslizaba. En cualquier caso, no deseaba volver a
adentrarme dentro de las oficinas que ofrecía la planta baja por la mala
sensación que me habían dejado, tenía el pensamiento de haber caminado por un
montón de insectos y animales minúsculos merodeando libremente, como si de un
nido se tratase; sentía escalofríos con solo pensar eso, así que le propuse a
mi amigo explorar el último rincón de la fábrica que nos quedaba, el sótano o
la planta subterránea –al principio sospechaba que bajo nosotros quedaba una
planta tan amplia como la que ahora pisábamos-.
Bajamos las
escaleras hasta la planta subterránea, las escaleras hacían ahora un trayecto
en espiral –medio espiral mejor dicho, ya que el recorrido no era
suficientemente largo como para que las escaleras hiciesen una espiral
completa- hasta abajo del todo. El sitio me decepcionó en cuanto a tamaño, como
había dicho antes, me esperaba un lugar más amplio pero era tan solo una
habitación, una habitación, eso sí, muy grande. Pero dicha habitación tenía el
espacio libre muy reducido, con una iluminación débil proveniente de arriba
podía ver como se levantaban pilas y pilas de trastos polvorientos amontonados:
habían percheros, cómodas, marcos, cachos de butaca...todo tipo de mobiliario
de salón que se extendía por el cuarto e impedía ver las cuatro paredes del
sótano. Bajamos del todo las escaleras hasta tocar el poco suelo caminable del
sótano. Todo éste cuarto parecía un cementerio de muebles y no sé por qué, pero
éste lugar no me daba buenos sentimientos; deseaba salir de allí cuanto antes,
pero no tenía que ver con el temor a nuevos encuentros con insectos...no sé,
era como si ese sótano mismo me encogiese el corazón de miedo.
-¡Eh, mira! –dije
yo calentando la conversación para hablarle de salir de allí- ¡una caja fuerte!
-¡Ahí va! –dijo mi
amigo sorprendido-.
En frente de las
escaleras detrás de unos cajones rotos asomaba una pequeña caja fuerte. No nos
dio tiempo a pensar demasiado sobre ella porque a los pocos segundos de la
sorpresa la vaga luz azulada del exterior desapareció dejándonos a oscuras sin
poder ver absolutamente nada.
No dijimos nada,
rápidamente estuve pensando en dos posibles hechos sobre lo que había pasado;
una de dos, o alguna cosa opaca como un coche o algo pero que por supuesto se
encontraba en el exterior o, suposición que me henchía de miedo, “algo” que se
encontraba dentro y a priori se había movido de su posición original. Yo estaba
callado más que nada por la posibilidad de que fuese ésta segunda posibilidad,
pero de que más que un objeto fuese alguien realmente, no sé por qué estaría
callado mi amigo. Sin perder un segundo extendí el brazo para agarrarme al
brazo o a cualquier parte de su cuerpo, bastaba con eso, de mi amigo para
calmar mis nervios y no caer en pánico; mi amigo no dijo nada salvo un “¿eh?”
de sorpresa. Pero el pánico saltó irremediablemente cuando de nuestros ojos a
medio acostumbrar en la oscuridad se nos apareció bajando las escaleras una
figura negra como nada en el mundo, las bajaba silenciosamente, sin que sus
pasos hiciesen nada de ruido. La figura parecería el de una persona de no ser
porque tenía una mitad inferior delgadísima en comparación a su mitad superior,
que se ensanchaba hasta terminar en unos corpulentos hombros; la extravagancia
no terminaba ahí, pues en cuanto le vi bajar dos escalones de la escalera en
espiral se estiró y transformó en algo alargado, similar a una anguila pero de
tamaños enormes, que se lanzó hacia nuestras posiciones a velocidad de
depredador felino. Lo que sea que fuere eso pasó a mi izquierda para perderlo
de vista, miré hacia esa dirección y volvió a iluminar la misma luz de antes,
topándome con mi amigo permaneciendo a mi lado todavía. La luz dejó en mi vista
una sensación similar a cuando alguien se levanta después de dormir,
molestándome esa débil luz y haciéndome suponer de que lo que había visto había
sido tan solo un efecto óptico en la oscuridad.
-¿Qué ha sido...?
–pregunté entonces dubitativo de que lo que acababa de ver había sido realidad
o solo una ilusión de mi vista-.
-¿El qué? –preguntó
entonces mi amigo, ahondando así en mi abandono a suponer qué era “eso”-.
-Nada... –dije, no
tenía ganas de discutir nada, solo quería salir de ese lúgubre sótano-.
Anduve hacia las
escaleras para subir y salir de la fábrica y mi amigo me siguió sin mediar
palabra, pude echar un ojo mientras subíamos por las escaleras a donde se
encontraba la caja fuerte, ésta inexplicablemente estaba abierta, mostrando su
vacío interior, nada dije sobre esto y llegamos hasta la planta baja.
Bueno... -se puso
a hablar mi amigo bruscamente- ¿Quieres irte ya?
-Sí –le contesté yo
calmado, pero con una marginada sensación que poseía de que alguien nos
acechaba desde alguno de los oscuros rincones de la fábrica- ...vámonos.
Subimos las
escaleras hacia la segunda planta, íbamos a salir por donde habíamos entrado,
camino que después de todo era el único sitio de entrada. Pero las cosas se
truncaron terroríficas en cuanto pasábamos por la primera planta y oímos un
grito de mujer ahogado proviniendo de la zona oscura de la planta baja, en
cuanto oímos eso ambos nos quedamos parados y mirándonos con los ojos abiertos
como platos. Entonces echamos a correr. A nada de ponernos a correr comencé a
oir, proviniendo de la planta baja y del sótano, constantes muebles moviéndose
y despedazándose enérgicamente y nuevos gritos desgarradores ¡y lo peor es que
cada vez se oían más cerca! Corrimos casi presos de pánico, sin pararnos para
mirar atrás en ningún momento.
Llegamos a la
terraza por la que habíamos entrado y saltamos al techo de un salto, me alejé
un poco de la pared de la fábrica y ahí volví a mirar atrás. A los pocos
segundos todos los cristales que quedaban de los ventanales saltaron hacia
adentro, como si un potentísimo y enorme aspirador los hubiese atraído hacia
las negras entrañas de la factoría. Al ver esto no me atrevía ni a moverme,
mucho menos a pisar el suelo de la fábrica, necesario pasar por él para volver
a casa de los abuelos de mi amigo.
Pasaron los
minutos, sin darme cuenta me había movido hasta el borde del tejado, a dos
pasos para caer a la calle. Mis ojos solo estaban para mirar al viejo edificio
y la respiración se me entrecortaba.
-Vámonos –refunfuñó
mi amigo cansado después de suspirar, de repente se había cansado cuando antes
tenía una actitud parecida a la mía, lo diferente era sobre todo que lo había
dicho de mal carácter-.
Yo no quería irme
todavía, no después de lo último y sabiendo que íbamos a volver a pasar cerca
de una de las puertas a la vieja fábrica.
-Espera... –le
dije-.
-¡Que nos vamos!
–gritó ésta vez mi amigo, como si por ningún motivo se acabase de enfadar-
¡Venga!
Al final caminé con
él hasta llegar a la ventana de la casa de sus abuelos. En el patio no paraba
de vigilar con una mirada asustada hacia las ventanas que habían a tres metros
de nosotros, mis ojos se iban hacía lo más profundo de lo que podían mostrar
las ventanas, pero yo no quería mirar tan adentro por el miedo, casi como si fuese
una alergia, que sentía ahora hacia esa fábrica maldita. La ventana a casa
seguía abierta, por lo visto no se habían dado cuenta sus abuelos de nuestra
pequeña escapada, apartamos las limpias y suaves cortinas, y saltamos al
pasillo.
-¡Bueno! –rompió a
halar mi amigo de repente- ¡Hay que irse!
Me quedé
sorprendido, aún no era demasiado tarde y me había invitado a cenar con sus
abuelos.
-Venga ¡vete! –dijo
mi amigo, se le notaba algo enfadado-.
No sabía qué podía
pasar, pero suponía que tenía que ver con que mientras volvíamos alguien nos
acababa de ver y de seguro nos habría reconocido, posiblemente además por mi
falta de precaución mientras íbamos por el tejado y mi mera preocupación a
atender mis miedos. En parte, la cercanía que tenía la casa de los abuelos de
mi amigo me inquietaba y no deseaba permanecer tampoco en ese hogar, quería
irme a la calle o a donde fuese pero lejos y separado de esa ruina, aunque por
otro lado la actitud de mi amigo me estaba pareciendo borde y desagradable.
Atravesé el patio y abrí la enorme puerta de madera que daba entrada a la
propiedad de sus abuelos, prácticamente me sentía echado a patadas. Durante el
resto del fin de semana no lo llamé, no es que estuviese enrabiado por ello,
era más bien la sensación de que algo no iba bien y durante aquellos días no se
dejó relacionar conmigo nada.
Fue extraño que
tras la visita de aquella fábrica, mi amigo comenzó a comportarse de manera
hostil contra mí y algunos de sus familiares; siempre he pensado que éste
cambio de carácter, al menos contra mí, había sido influencia de otros chicos
de nuestra edad que, por poca sangre en sus mentes huecas de bondad, echaron
comentarios sucios y negativos sobre lo cercanos que éramos ambos y al parecer
lograron calar en la mentalidad de mi amigo. Mi compañero de exploración
desapareció una noche un mes después, justo un mes después. Nadie en ninguna
parte lo volvió a ver y yo al menos sospecho que tuvo que ver en parte algunas
cosas que hallamos en la fábrica, pero nunca he llegado a decirlas y, a decir
verdad, consideré fiables del todo las fuentes oficiales que daban y que no
enlazaban nada paranormal. Era un niño entonces, nadie me hubiera creído
seguramente, y además pensaba que lo único que haría diciendo eso sería
entorpecer la investigación y confundir el supuesto verdadero rastro que había,
sobre todo cuando ni yo mismo estaba seguro de que nada de lo que vimos tuviese
que tener relación alguna con su desaparición. Ver además a su triste familia
confiando en la autoridad me impedía decir algo, no quería ni hablarles del
tema, para nada.
Por otro lado a los dos días
de aquella tarde en la fábrica acabé enojándome con aquel amigo por dejarse
llevar, supuestamente, por comentarios irracionales surgidos de personas de
cabezas estúpidas y mi rabia sobre él continuó cuando éste desapareció, pensaba
que hasta se lo merecía. Pero con el tiempo he visto que tampoco fue tan grave,
no al menos como para que éste desapareciese y su familia acabase en la
desgracia por la pérdida. Pero aún así, sigo sin sentir completa seguridad de
qué ha podido sucederle y no quiero decir nada que lo relacioné con la fábrica
sin tener una prueba de peso. El caso fue cerrado hace años sin conseguir pista
orientativa alguna.
No comments:
Post a Comment