LA GUERRA DE LOS MUNDOS
LIBRO 1: LA LLEGADA DE LOS MARCIANOS
“El hombre es el ser supremo para el hombre”.
Karl Marx
1.- LA VÍSPERA DE LA GUERRA
Nadie hubiera creído bien
entrados en el siglo XXI que la humanidad estuviese siendo observada por inteligencias
superiores a éste de la misma manera que una persona mira a los microbios desde
un microscopio, nadie se tomaba en serio el hecho de la vida más allá de éste
mundo, era más un tema de entretenimiento que de estudio serio y preocupante.
Seguros de dominar todo aquello que
pisaban, el ser humano iba de un lugar para otro de manera masificada por todas
partes, por tierra, mar y aire, sin dejar ni un lugar deshabitado en la Tierra.
Dominaban, seguros de ello, el mundo. Sin embargo, a través del vacío del
espacio, pero en los lugares más insospechados, dados por desolados;
inteligencias que veían la nuestra de la misma manera que nosotros vemos la inteligencia
de un animal de ganado; inteligencias vastas, frías e implacables, contemplaban
esta tierra con ojos envidiosos y con lentitud, pero con seguridad, trazaban
planes de conquista.
El hombre, tan
seguro de sus teorías científicas nunca llegaba a imaginar como en otros
lugares del Sistema Solar, tan bien conocidos que los tenemos, pudiese albergar
vida en atmósferas nocivas para la misma. Fue del planeta Marte, lugar
descartado para tener actualmente vida, de donde se mostró de una manera tan
violenta y triste, la existencia de vida superior incluso a la nuestra. Marte,
planeta de atmósfera venenosa, con temperaturas que nunca superan los 0º, y
donde solo hay un desierto de hierro oxidado; había sido comprobado de todas maneras,
incluso enviando sondas hasta allá, de que no había vida alguna. Nos
equivocamos. Bajo tierra, se hallaban kilómetros y kilómetros de ciudades que
mediante tecnología increíble permitían la subsistencia de seres vivos. Todo
esto se descubrió demasiado tarde.
Nosotros, los hombres, debíamos serles
para éstas criaturas tan poca cosa como nosotros miramos hacia las vacas de
ganado. Por lo visto los habitantes de Marte debían estar ante una situación
tan desesperada que se prepararon para la guerra y la enviaron a La Tierra.
Pero antes de comportarnos como jueces y
describirlos con excesivo odio debemos recordar y mirarnos a nosotros mismos,
seres que hemos matado cruelmente, enviando a la extinción a miles de especies,
mermando tierras fértiles, bosques llenos de vida transformados en desiertos de
cemento; animales matados, no por la necesidad de comer, sino por simple
diversión de matar; tenemos incluso verdaderas masacres justificadas
simplemente porque son una tradición cultural. Últimamente
más que nunca hemos hecho tanta calamidad a otros seres vivos como lo podían
hacer los marcianos. Incluso hemos llegado a matarnos a nosotros mismos, como
idiotas, por motivos tan estúpidos como la raza ó el estatus, nos hemos peleado
por intereses y avaricias repugnantes de egocentricidad, con nuestra arrogancia
siempre por delante, hemos provocado guerras por intereses en nuestra
satisfacción y beneficio. Y a pesar de que muchos de nosotros no seamos
unos asesinos, tenemos una actitud individualista y egoísta, nos tratamos como
objetos de usar y tirar, como cifras numéricas insensibles, como una masa
descerebrada que poco a poco nos transforma en monstruos. ¿Somos merecedores de
criticarlos porque actuaron sobre nosotros como nosotros solemos actuar contra
el resto de especies?
Hace ahora un año que la tragedia cayó sobre el mundo. Marte no estaba en la
posición más cercana con La Tierra, eso ocurrió en 2003 y tardaría 3 siglos en
volver a estar tan cerca, nadie sospecharía y la observación al planeta es más
compleja. Pero su despegue del planeta se hizo conocer. Yo además fui uno de
los privilegiados en ver, en directo, como de Marte surgían los objetos que
tanta calamidad traerían. Tuve suerte de tener un amigo astrónomo, que conocí
en una entrevista, el cual me invitó la noche en la que se produjeron las
primeras señales desde Marte, ya de paso, tomaría apuntes para el artículo que
debía escribir.
Conservo el recuerdo de aquella noche: el
observatorio de Yebes estaba oscuro y silencioso, tan solo una linterna nos
iluminaba junto con un ordenador, el único sonido era el débil ruido que hace un
ordenador cuando por él pasa la electricidad, Ramón Barbero (que así se llamaba
mi amigo astrónomo) se movía inquieto por lo que acababa de ver. Me invitó
entonces a echarle un ojo al telescopio, precisamente, estaba éste aparato
mirando a Marte porque se lo había pedido. Ahí estaba esa pequeña bolita
luminiscente ¡tan poca cosa era! parecía que temblaba pero era el mecanismo del
telescopio lo que temblaba.
Al observarla, veía otros tres pequeños
puntos luminosos, lejanas estrallas que se encontrarían a años luz de aquí.
Invisible para mí, no me percaté que venía la Cosa que nos enviaban,
recorriendo cada segundo miles de kilómetros, una Cosa que nos traía a La
Tierra tanta muerte y desgracia. No pensaba en ella al tiempo de observar, de
hecho Ramón me había dicho que parecía un asteroide inofensivo.
Hubo también aquella noche otro estallido
de gas en Marte proveniente de algún enorme aparato que eyectaba esas Cosas
hacia aquí. Yo lo vi. Fue un rojizo relámpago en el borde; se lo dije a Ramón y
se colocó en mi puesto. Era una noche muy calurosa, cogía tambaleándome una
botella de agua bien fresca mientras Ramón exclamaba al contemplar las
irregularidades que estaban sucediendo en ese desolado planeta.
Al día siguiente, después de la primera
marea de gas en Marte, otra explosión similar sucedía, lanzando algo hacia La
Tierra. Recuerdo que al sentarme otra vez veía como el planeta rojo se me hacía
verlo de color verde. Ramón se quedo observando hasta las dos de la mañana.
Decidimos volver a su casa. Por debajo de nosotros se extendían el pueblo de
Yebes y otros más iluminados en naranja y silenciosos, donde miles de personas
dormían en paz.
Ramón me hablaba en el coche en exceso.
Dijo que igual eran asteroides provenientes del cinturón que hay entre Júpiter
y Marte y que a lo mejor alguno se habría chocado contra Marte, expulsando
material a su atmósfera.
-A lo mejor son los marcianitos –dije yo
bromeando-.
Se rió cuando
bromeé de ello.
Ni por asomo podía haber nada de vida allí
-dijo después de reir-. Ya sabemos de sobra que no hay nada…ese fenómeno ha
debido de ser alguna piedra…
No fuimos los únicos, por supuesto en todo
el mundo los observatorios vieron aquellas explosiones en Marte, y al día
siguiente igual, y al siguiente, y así hasta diez noches. Los disparos
explosivos eran tan violentos que tras la décima oleada, el planeta Marte quedó
envuelto en una capa de nubes verdes que quitó su color rojo. Vi esto en las
noticias, pues fue una noticia realmente excéntrica.
De todas formas, nadie decía que esto era
producto de alguna especie que habitaba allí, todo lo deducían a fenómenos
naturales. La vida extraterrestre era un tema que nunca se había tomado realmente
en serio. Sí, se han hecho infinidad de libros y películas sobre ello pero no
era un tema atractivo para alguien serio en la ciencia, la sociedad encajaba a
los aficionados a los extraterrestres muchas veces dentro de ese grupo social
aficionado a la ciencia ficción. No era un tema preocupante y era ajeno a las
verdaderas luchas de la sociedad, desde luego, esto luego dio un giro enorme.
La noche del décimo disparo estaba
tranquilo tumbado en la hamaca al lado de mi esposa, mirando la noche
estrellada de aquel cálido mes de mayo. Todo parecía seguro y tranquilo.
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