2.EL METEORO.
Y
llegó la noche en que cayeron los primeros meteoros. Uno de ellos pasó sobre
Navacerrada, en dirección a Oriente, una línea llameante en descenso. La
contemplaron centenares de personas que la creyeron como una estrella fugaz;
pudo ser vista en Castilla y León, en Castilla La Mancha, en Galicia y en el norte de
Portugal. Yo estaba durmiendo profundamente en casa a esa hora, la ventana de
la habitación daba vista hacia el oeste, hacia las colinas y verdes bosques de
la Meseta y de Quijorna, más allá de la calle de casas que hay entre la mía y
el campo; nada vi del fenómeno más extraño en mucho tiempo. Algunos dicen que
cuando pasó a unos pocos kilómetros de tierra empezó a producir un extraño
silbido. Pese a que me perdí vislumbrar el proyectil bien que lo sentí cuando
éste tocó tierra, pues produjo un temblor que duró 5 segundos; mi esposa se
levantó de repente, levantándome a mí también, muchos otros vecinos también
sintieron el temblor, pero tras una hora sin volver a ocurrir nada conseguí
convencer a mi esposa de volver a dormir.
Pero no todos se quedaron tan
indiferentes aquella madrugada. El pobre Ramón había presenciado aquella
estrella. Vió desde Villanueva de la Cañada como desaparecía en la llanada que
había entre Brunete y El Palancar.
Ahí estaba, alrededor de un agujero enorme,
con la tierra salpicada a su alrededor hasta llegar a dos kilómetros de
distancia, había llegado incluso a una carretera que conduce de Brunete hasta
Boadilla del Monte en línea recta. Ardían los secos matorrales y las
chispas de los cables de tensión arrancados saltaban de cuando en cuando.
La Cosa yacía, casi del todo enterrada,
pero la parte descubierta era colosal. El diámetro de aquello medía entre 25 a
30 metros. Ramón bajó del coche, se acercó hipnotizado por esa cosa que
permanecía incandescente en medio del campo.
Pronto oyó ruídos proviniendo de dentro. La
extraña forma le hizo pasar por la mente de que eso igual no era natural pero
su cabeza estaba muy abarrotada de pensamientos en ese momento como para llevar
esa idea a su credulidad.
Un ruído enorme se oyó cuando una parte de
tierra quemada que había en lo alto de aquel cilindro cayó al suelo. Fue
entonces cuando vió las luces de otro coche acercarse al lugar proveniente del
Palancar. Del coche salieron dos hombres, vecinos de la urbanización
despertados por el impacto.
-¡¿Pero qué ha pasado aquí?!– exclamó
uno.
-¡Dios mío! ¿Qué es?- dijo el otro
mientras se ponían al lado de Ramón, éste veía como el techo circular del
cilindro comenzó a girar, era un giro muy lento que solo lo notó porque un
pedazo de tierra quemada se hallaba 5 minutos antes en otra posición.
Un chillido sordo surgió y estremeció a
las tres personas, y la tapa del cilindro empezó a moverse más deprisa.
Ramón exclamó entonces:
-¡Dios mío! ¡Hay alguien encerrado allí,
medio asado, que trata de salir!-
Los 3 hombres olvidaron la sorpresa y
bajaron por el cráter hacia el cilindro pero el calor, cada vez en aumento a
medida que se acercaban, los detuvo antes de que se abrasasen. Fue entonces
cuando Ramón dijo a los otros dos hombres que fueran a pedir ayuda mientras él
iba a informar de lo que había caído.
Treparon por el foso, se dividieron y cada
uno tomó su coche. Ramón tomó dirección hacia Brunete. Eran las 6 y el sol
comenzaba a asomar en el cielo. Mientras conducía cogió el móvil y empezó a
llamar a numerosos contactos. Tras llamar a 5 personas, ya en Brunete tomó
dirección hacia la casa donde vivía un amigo suyo periodista llamado Héctor,
éste estaba durmiendo pero el constante llamar de Ramón le hizo despertar.
Enfadado y con ganas de explicaciones,
Héctor le abrió la puerta y antes de hablar Ramón saltó:
-¡Héctor! –gritó- ¿has visto el
meteorito de ésta noche?
-¡No! Pero sí he oído hablar de…
-dijo Héctor sin poder terminar.
-Bueno, pues ahora está en la
carretera que lleva hacia La Raya del Palancar.
-¿Cómo?
-¡Más además! ¡Es un cilindro! ¡Un
cilindro perfecto! ¡artificial! ¡y hay alguien dentro!
El periodista empezó a cambiar su rostro
de enfado a uno de curiosidad, se puso su aparato contra la sordera para oir
mejor el relato (Héctor era sordo de un oído).
Tras la charla Héctor quedó perplejo.
Corrió a su casa para vestirse y tomar camino hacia la llanada, Héctor llevaba
su móvil en la mano por si hubiese que informar de la exclusiva. Llegaron, el
cilindro se mantenía donde cayó, los ruidos interiores habían cesado, lo único
que se oía era el aire quemado silbando alrededor del cilindro.
Tiraron una piedra al cilindro para dar
cuenta a los que habían dentro de que alguien estaba fuera, pero no hubo
respuesta.
Trataron entonces de dar ánimos a los que
habían dentro, pensando que estaban intentando salir desesperadamente.
Volvieron al coche y Héctor se puso a llamar como loco a varias personas desde
su móvil.
A las 8 de la mañana comenzaron a llegar
curiosos para ver lo que les había despertado de madrugada. Precisamente, Ramón
me llamó por móvil a esa hora para decirme lo que había pasado (cogí el móvil
muy enfadado porque entre el temblor y las llamadas no iba a poder dormir
bien). Tras esto, un cuarto de hora después, volvieron a llamarme, ésta vez de
la editorial para la revista que trabajaba diciéndome que olvidase el artículo
que debía hacer sobre las lunas jupiterianas y saliese a realizar uno sobre “lo
que había caído al lado de mi pueblo”.
Tras lo cual desayuné rápido y cogí raudo
la bicicleta hacia el campo. No se me ocurrió la idea de encender la televisión
para ver si decían algo.
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