Wednesday, 20 June 2012

Proyecto La Guerra de los Mundos-Capítulo 2

 Para quien siga el proyecto que quiero llevar a cabo, aquí dejo el siguiente capítulo del primer libro (¡buf! solo de pensar el esfuerzo me echa para atrás):

   2.EL METEORO.
    Y llegó la noche en que cayeron los primeros meteoros. Uno de ellos pasó sobre Navacerrada, en dirección a Oriente, una línea llameante en descenso. La contemplaron centenares de personas que la creyeron como una estrella fugaz; pudo ser vista en Castilla y León, en Castilla La Mancha, en Galicia y en el norte de Portugal. Yo estaba durmiendo profundamente en casa a esa hora, la ventana de la habitación daba vista hacia el oeste, hacia las colinas y verdes bosques de la Meseta y de Quijorna, más allá de la calle de casas que hay entre la mía y el campo; nada vi del fenómeno más extraño en mucho tiempo. Algunos dicen que cuando pasó a unos pocos kilómetros de tierra empezó a producir un extraño silbido. Pese a que me perdí vislumbrar el proyectil bien que lo sentí cuando éste tocó tierra, pues produjo un temblor que duró 5 segundos; mi esposa se levantó de repente, levantándome a mí también, muchos otros vecinos también sintieron el temblor, pero tras una hora sin volver a ocurrir nada conseguí convencer a mi esposa de volver a dormir.
       Pero no todos se quedaron tan indiferentes aquella madrugada. El pobre Ramón había presenciado aquella estrella. Vió desde Villanueva de la Cañada como desaparecía en la llanada que había entre Brunete y El Palancar.
    Ahí estaba, alrededor de un agujero enorme, con la tierra salpicada a su alrededor hasta llegar a dos kilómetros de distancia, había llegado incluso a una carretera que conduce de Brunete hasta Boadilla del Monte en línea recta. Ardían los secos matorrales y las chispas de los cables de tensión arrancados saltaban de cuando en cuando.
     La Cosa yacía, casi del todo enterrada, pero la parte descubierta era colosal. El diámetro de aquello medía entre 25 a 30 metros. Ramón bajó del coche, se acercó hipnotizado por esa cosa que permanecía incandescente en medio del campo.
    Pronto oyó ruídos proviniendo de dentro. La extraña forma le hizo pasar por la mente de que eso igual no era natural pero su cabeza estaba muy abarrotada de pensamientos en ese momento como para llevar esa idea a su credulidad.
   Un ruído enorme se oyó cuando una parte de tierra quemada que había en lo alto de aquel cilindro cayó al suelo. Fue entonces cuando vió las luces de otro coche acercarse al lugar proveniente del Palancar. Del coche salieron dos hombres, vecinos de la urbanización despertados por el impacto.
        -¡¿Pero qué ha pasado aquí?!– exclamó uno.
        -¡Dios mío! ¿Qué es?- dijo el otro mientras se ponían al lado de Ramón, éste veía como el techo circular del cilindro comenzó a girar, era un giro muy lento que solo lo notó porque un pedazo de tierra quemada se hallaba 5 minutos antes en otra posición.
     Un chillido sordo surgió y estremeció a las tres personas, y la tapa del cilindro empezó a moverse más deprisa.
      Ramón exclamó entonces:
       -¡Dios mío! ¡Hay alguien encerrado allí, medio asado, que trata de salir!-
     Los 3 hombres olvidaron la sorpresa y bajaron por el cráter hacia el cilindro pero el calor, cada vez en aumento a medida que se acercaban, los detuvo antes de que se abrasasen. Fue entonces cuando Ramón dijo a los otros dos hombres que fueran a pedir ayuda mientras él iba a informar de lo que había caído.
     Treparon por el foso, se dividieron y cada uno tomó su coche. Ramón tomó dirección hacia Brunete. Eran las 6 y el sol comenzaba a asomar en el cielo. Mientras conducía cogió el móvil y empezó a llamar a numerosos contactos. Tras llamar a 5 personas, ya en Brunete tomó dirección hacia la casa donde vivía un amigo suyo periodista llamado Héctor, éste estaba durmiendo pero el constante llamar de Ramón le hizo despertar.
    Enfadado y con ganas de explicaciones, Héctor le abrió la puerta y antes de hablar Ramón saltó:
          -¡Héctor! –gritó- ¿has visto el meteorito de ésta noche?
          -¡No! Pero sí he oído hablar de… -dijo Héctor sin poder terminar.
          -Bueno, pues ahora está en la carretera que lleva hacia La Raya del Palancar.
          -¿Cómo?
          -¡Más además! ¡Es un cilindro! ¡Un cilindro perfecto! ¡artificial! ¡y hay alguien dentro!
       El periodista empezó a cambiar su rostro de enfado a uno de curiosidad, se puso su aparato contra la sordera para oir mejor el relato (Héctor era sordo de un oído).
      Tras la charla Héctor quedó perplejo. Corrió a su casa para vestirse y tomar camino hacia la llanada, Héctor llevaba su móvil en la mano por si hubiese que informar de la exclusiva. Llegaron, el cilindro se mantenía donde cayó, los ruidos interiores habían cesado, lo único que se oía era el aire quemado silbando alrededor del cilindro.
     Tiraron una piedra al cilindro para dar cuenta a los que habían dentro de que alguien estaba fuera, pero no hubo respuesta.
      Trataron entonces de dar ánimos a los que habían dentro, pensando que estaban intentando salir desesperadamente. Volvieron al coche y Héctor se puso a llamar como loco a varias personas desde su móvil.
       A las 8 de la mañana comenzaron a llegar curiosos para ver lo que les había despertado de madrugada. Precisamente, Ramón me llamó por móvil a esa hora para decirme lo que había pasado (cogí el móvil muy enfadado porque entre el temblor y las llamadas no iba a poder dormir bien). Tras esto, un cuarto de hora después, volvieron a llamarme, ésta vez de la editorial para la revista que trabajaba diciéndome que olvidase el artículo que debía hacer sobre las lunas jupiterianas y saliese a realizar uno sobre “lo que había caído al lado de mi pueblo”.
    Tras lo cual desayuné rápido y cogí raudo la bicicleta hacia el campo. No se me ocurrió la idea de encender la televisión para ver si decían algo.

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